El Espíritu Santo inspirador de la Sagrada Escritura
(DV 11), ha querido alentar la esperanza tanto del pueblo judío bajo la
persecución de Antioco Epífanes, como del pueblo cristiano bajo la persecución
de los emperadores romanos, inspirando dos libros con lenguaje apocalíptico, el
libro de Daniel y el Apocalipsis. Ambos nos muestran que la victoria final es
de Dios, pero en esta victoria tiene una misión decisiva, el príncipe de la
milicia celestial (Jos 5, 13-14), quien en ambos libros recibe el nombre de
Miguel. Este nombre en hebreo significa “¿Quién como Dios?” [1]. Él tiene la misión de
guardar y conducir al pueblo elegido en su peregrinar histórico hacia el
destino final que Dios le tiene preparado (cf Ex 23, 20‑23). San Miguel Arcángel protege también a la Iglesia en los grandes
combates que debe librar en su peregrinar terreno hasta el día en que se pueda
reencontrar con el Esposo en la gloria.
Es al Arcángel san Miguel a quien Dios ha dado la misión y el poder de
echar a los abismos los espíritus inmundos y a Satanás, no sólo en las batallas
que tienen lugar en el ámbito celestial: “En el cielo se libró un combate encarnizado: Miguel
y sus ángeles pelearon contra el dragón. Lucharon fieramente el dragón y sus
ángeles, pero no vencieron, y fueron arrojados del cielo para siempre” (Ap 12, 7-8), sino también en la tierra. Así lo experimentó el Papa León XIII. En una visión percibió el poder
que ejercería Satanás contra la
Iglesia , y vio cómo “Miguel
Arcángel aparecía y lanzaba a Satanás con sus legiones en el abismo del
infierno”.
Para que esta protección fuera efectiva, León XIII redactó una oración
para que el sacerdote la rezara con el pueblo, después de cada Eucaristía “y con tanta urgencia, que ni siquiera se
[podía] omitir en las mayores solemnidades del año, en las que se suprimen
todas las demás conmemoraciones y oraciones imperadas”[2].
“San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla. Sé nuestro amparo
contra la perversidad y asechanzas del demonio. Reprímale Dios, pedimos
suplicantes, y tú Príncipe de la Milicia Celestial , arroja al infierno con el
divino poder a Satanás y a los otros espíritus malignos que andan dispersos por
el mundo para la perdición de las almas. Amén”.
Esta oración al Arcángel san Miguel, es un verdadero exorcismo, algo muy
raro en la liturgia latina. León XIII,
era el primero en rezarla, “lo hacía con
voz vibrante y potente […] con ferviente piedad y viva devoción”.
Cuando los liturgistas pidieron a Juan XXIII que se suprimiera la
oración a san Miguel Arcángel del final de la misa, mostraron ser poco
conscientes de la trascendencia de aquel hecho. Debían haber investigado el
motivo por el cual esta oración fue mandada rezar por León XIII. Posiblemente
no creían en el poder que puede ejercer Satanás sobre la humanidad, incluso
sobre la Iglesia.
Aunque san Juan XXIII permitió que se quitara esta oración,
no dejó de rezarla.
Son iluminadoras las palabras del beato Francisco Palau, maestro
consumado en la oración de intercesión, que precedió unos años a León XIII, y
se significó por implorar la ayuda de san Miguel Arcángel en su intercesión a
favor de la Iglesia. Él puso
en boca del Arcángel san Miguel: “Has
de saber, que según las órdenes del Altísimo, damos nosotros a Satanás más o
menos licencia según es en la tierra el espíritu de oración. Batallamos según
batallan los hombres de oración, estamos siempre todos espada en mano y prontos
para defender la Iglesia ;
pero obramos sólo según el espíritu de los que oran. Según lo que éstos
alcanzan, trabajamos; y según éstos nos piden, obramos”.[3]
Esto es lo que sucedió. Mientras el pueblo cristiano rezó esta oración
en cada Eucaristía, invocando la protección de san Miguel Arcángel, la Iglesia católica sufrió
persecuciones externas extraordinariamente violentas, como la de la guerra
civil española (1936-1939), pero no padeció ninguna crisis muy grave en su
interior. Esta tendrá lugar cuando, con la reforma litúrgica promovida por el
Vaticano II, se quitó la oración pidiendo la ayuda de san Miguel Arcángel del
final de la misa, y la inmensa mayoría de los católicos dejaron de implorar su
protección y con ello de pedirle que con divino poder fuera nuestro amparo
contra las insidias del diablo.
Del Concilio se esperaba una
nueva primavera eclesial, pero algunos de los frutos en el inmediato
postconcilio fueron totalmente contrarios a los esperados. Posiblemente el que mejor supo poner de relieve la causa profunda
de todos estos hechos fue el beato Pablo VI. En
la festividad de San Pedro de 1972, trasmitió a la Iglesia una intuición suya
que pudiera dar una explicación de lo que sucedía, “Creemos –observó el Santo Padre- en algo preternatural llegado al mundo
precisamente para turbar, para sofocar los frutos del Concilio Ecuménico y para
impedir que la Iglesia
estallara en el himno del gozo de haber vuelto a poseer en plenitud la
conciencia de sí misma”[4]. Se lamentaba en
estos términos: “También en la Iglesia reina el estado de
confusión. Se creía que después del concilio habría venido una jornada de luz
para toda la Iglesia. En
cambio, ha venido una jornada de nubes, tempestades, oscuridad e incertidumbre…”.
Entre ellas la secularización en el postconcilio de unos 70.000[5] sacerdotes y miles
de religiosos/as… Pablo VI se preguntaba por la causa última de todo ello y
añadía: “Por alguna brecha ha entrado el
humo de Satanás en el templo de Dios”. La misión de san Miquel Arcángel,
era precisamente la de impedir la acción de Satanás en la Iglesia y enviarlo al
abismo, tal como se pedía en la oración que León XIII había hecho rezar al
final de cada Eucaristía.
San Juan Pablo II, después del Regina
Caeli del 24.4.1994, invitó a todos los fieles a que rezaran la oración de
León XIII a san Miguel, “para obtener
ayuda en la batalla contra las fuerzas de las tinieblas y contra el espíritu
del mundo”.
El Papa Francisco, a los cuatro meses del inicio de su pontificado, consagró el Estado del
Vaticano a san José y a san Miguel Arcángel. En su alocución recordó: “Miguel
lucha para restaurar la justicia divina; defiende al pueblo de Dios de sus
enemigos, y sobre todo del enemigo por excelencia, el diablo. Y san Miguel
vence porque en él es Dios quien actúa” (D.
5.7.2013).
Ahora que existe esta persecución a escala planetaria contra los
cristianos, siendo el instigador último de esta persecución Satanás, que hace “la guerra al resto de los hijos de la mujer,
es decir, a los que cumplen los mandamientos de Dios y se mantienen como
testigos fieles de Jesús” (Ap 12, 17). Pidamos
al Señor para que el Papa Francisco ponga también la Iglesia universal bajo la
protección de san Miguel Arcángel, como lo está de la Virgen María. Ya que entre ambos
pueden realizar una acción coordinada. Si san Miguel Arcángel con el poder de
Dios echa al abismo a Satanás y a los otros espíritus inmundos, luego la Virgen puede pisar la
cabeza de la serpiente (Gn 3,15). Con esta doble protección junto con la de san
José puede suceder lo contrario de lo que el enemigo pretende[6], es decir surja un
Cristianismo mucho más vigoroso del que hoy existe.
Sería óptimo que el Papa Francisco, a su vez mande que se implore
la protección de san Miguel Arcángel en cada
eucaristía, de este modo proteja con el poder de Dios a todo el pueblo
cristiano, ya que él es quien con energía divina
puede echar al abismo a los espíritus inmundos antes de que tienten a los
esposos a ser infieles a su conyugue, a los sacerdotes y religiosos a sus
promesas hechas a Dios en la
Iglesia , a los políticos a buscar su propio interés generando
grandes crisis económicas, conflictos armados…. También libere a los hombres
del integrismo, ya que el espíritu del mal se aprovecha de la dimensión
religiosa del hombre, y estos creyendo que defienden la verdad de Dios, pueden
provocar genocidios como es el caso del integrismo islámico, o destruir las
relaciones positivas con la sociedad en el caso del integrismo cristiano.
No es suficiente que el Papa consagre la Iglesia bajo la protección
de san Miguel Arcángel, ni que mande invocarlo en cada Eucaristía, sino que
debe haber quienes en nombre de todos lo vivan
con particular intensidad. Ellos deben ser lámparas encendidas que mantengan viva esta
consagración de la Iglesia
a san Miguel Arcángel, y en la oración personal no dejen de invocarlo de forma
constante. A quienes se consagren a honrar, e invocar a san Miguel Arcángel, él
les protegerá de forma particular de las insidias del mal, mantendrá en ellos
un verdadero celo por la gloria de Dios, y les enseñará a batallar con las
armas de la oración, pudiendo así colaborar de un modo singular a que la “victoria es de nuestro Dios”, de modo
que la Iglesia
no perezca en las pruebas, sino que salga fortalecida de ellas.
Con la esperanza cierta de que si invocamos su protección, se hará
presente san Miguel Arcángel para proteger y ayudar a la Iglesia universal. Ya que,
como decía San Pío X, “si en la primera
guerra, Dios venció sirviéndose del príncipe de las milicias celestiales,
el Arcángel san Miguel, debemos creer
firmemente que la lucha actual se terminará en triunfo, con el auxilio de este
Arcángel bendito”[7]. Por ello al orar,
podemos hacer nuestra la invocación de León XIII “O san Miguel, príncipe invencible, dígnate socorrer al pueblo de Dios y
dadle la victoria” (29.9.1891). El Príncipe de la milicia celestial
acogiendo nuestras peticiones, alcanzará de Dios que se hagan realidad las
palabras proféticas del libro de Daniel, “se levantará Miguel, el gran
príncipe que vela sobre los hijos de tu pueblo. Será un tiempo de angustia cual
nunca hubo desde que existen las naciones hasta entonces; y en ese tiempo tu
pueblo será librado” (Dn 12,1).
Imploremos también la intercesión del Arcángel san Gabriel, para que interceda ante Dios y
revele hoy con su protección a quien verdaderamente comunicó el mensaje de Dios
a María de Nazaret o a Mahoma. Dios así se lo concedió a los cristianos que en la Península Ibérica
luchaban por reconquistarla. Ellos creían firmemente que Cristo era el Alfa y
el Omega de la historia. Esta convicción la dejaban plasmada en las espléndidas
pinturas e imágenes de Cristo Pantocrator de las iglesias románicas. Y por
Cristo luchaban en los campos de batalla. Invocándolo vencían las batallas, hasta
ser totalmente reconquistada la Península.
Acudamos a la intercesión poderosa del Arcángel Rafael, él que en otro tiempo fue enviado para ser
“Medicina de Dios” para con Tobit por todas sus caridades (Tb 12,11-15), que el
Señor tenga presente la caridad de los cristianos para con todos, incluso con
los musulmanes, y de nuevo envíe al Arcángel san Rafael, para que cure la
ceguedad, la debilidad de los gobernantes, políticos, de la mayor parte de los
occidentales, les dé luz y coraje para
comprender y decisión y acierto para actuar.
Supliquemos la ayuda de los ángeles custodios de las
personas y de las naciones[8], para que nos ayuden a alcanzar de Dios que cese la gran
persecución contra los cristianos y el fin de guerras.
Pidamos también a los
ángeles, que presenten nuestras
oraciones a Dios (Tb 12, 12; Jb 33,
23-24; Hch 10,4; Ap 8, 3-4), y nos ayuden a no desfallecer en nuestra oración de intercesión, hasta que
Dios nos muestre su gran misericordia.
[1] La existencia de los ángeles, es una
verdad de fe. El testimonio de la
Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición (Cf. Catecismo
de la Iglesia
Católica 328-330.334). Es admitido por la reflexión
teológica, que “todos los ángeles han
sufrido un período de prueba en que tuvieron que hacer una opción definitiva en
pro o en contra de Dios. Mientras que los demonios se rebelaron abiertamente
contra Dios y en esta rebelión prosiguen por toda la eternidad, los ángeles
buenos se dirigieron hacia él con todo el vigor de su voluntad en una total e
instantánea donación de sí mismos, a la que el hombre sólo puede llegar después
de una prolongada purificación” A. de Sutter, “Ángeles”, E. Ancilli (dir), Diccionario de Espiritualidad, Ed.
Herder, Barcelona 1983, vol I, 119-122 (120). Cuando hubo la rebelión de
algunos ángeles contra Dios, se considera que el Arcángel Miguel optó por Dios
y animó a que otros ángeles también lo hicieran, por ello es el Príncipe de la
milicia celestial.
[2] J. A. Jungamnn,
El sacrificio de la Misa. Tratado
histórico-litúrgico, BAC 68, Madrid 1953, 1186.
[5] Dejaron en 1964 el sacerdocio 69.063. Retornaron al sacerdocio en 2004,
11.213.
[6] Un ejemplo de ello es la persecución
contra la Iglesia
en España que tuvo lugar durante la guerra civil española. El espíritu del mal
a través de los enemigos de la fe pretendía erradicar de raíz la Iglesia en España. No sólo
no lo consiguieron, sino que dio a la Iglesia innumerables mártires. Surgieron
vocaciones más numerosas a la vida sacerdotal y religiosa de las que ellos
habían conseguido asesinar, además aportó vocaciones para la evangelización de
otros países. Se reconstruyeron las iglesias y las imágenes destruidas durante
la guerra civil. Incluso se construyeron nuevas iglesias donde era necesario.
Con la buena labor de movimientos como la JOC y la
HOAC desactivaron el anticlericalismo de la clase obrera,
pero faltó luz y decisión para desactivar el anticlericalismo de la clase
intelectual.
[7] “Invito sacro”, Roma 18.9.1903, citado
en Sant Michel, prières et textes,
Ed. Bénédictines, Saint Benoît du Sault 2011,71.
[8] El ángel custodio de Portugal se apareció a Francisco, Jacinta y Lucía
en Fátima y les instó “¡Orad conmigo! […] Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo. Te pido
perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman” [….] Orad así.
Los Corazones de Jesús y de María están atentos a la voz de vuestras súplicas”.
En la segunda aparición les dijo: “¡Rezad! ¡Rezad! ¡Rezad mucho! Los Corazones
de Jesús y de María tienen sobre vosotros designios de misericordia. ¡Ofrece
constantemente oraciones y sacrificios al Altísimo! […] De todo lo que
pudiereis ofreced un sacrificio como acto de reparación por los pecados con los
cuáles El es ofendido, y de súplica por la conversión de los pecadores. Atraed
así sobre vuestra patria la paz. Yo soy el Ángel de su Guarda, el Ángel de
Portugal. Sobre todo, aceptad y soportad con sumisión el sufrimiento que el
Señor os envíe” Esta oración
fue eficaz, Portugal no participó en la II
Guerra Mundial, ni tampoco padeció ninguna guerra civil.