Con motivo del Quinto Centenario
del nacimiento de santa Teresa de Jesús, en este escrito se intenta mostrar la importancia capital de la
vida contemplativa en la
Iglesia , tanto para su renovación, como para la superación de los grandes retos que la Iglesia encuentra en su
peregrinar terreno, para que no deje de anunciar la Buena Nueva del Evangelio a
toda la humanidad.
1.
La vida contemplativa prolonga en la
Iglesia la oración de
Jesús y de María
Todo cristiano que
quiere ser fiel a las enseñanzas del su Maestro debe orar. El Espíritu de Dios
ha suscitado en el seno de la
Iglesia a las órdenes contemplativas que prolongan la oración
de Jesús de una manera singular. Los contemplativos, partícipes de la oración
intercesora de Jesús ante el Padre,
interceden por todos los miembros del Cuerpo místico a fin de que sean consagrados en la verdad (Jn 17,19), se
amen (Jn 15,12), estén unidos para que
el mundo pueda creer que Jesucristo ha sido enviado por el Padre (Jn 17,21) y
sean liberados del Maligno (Mt 6,13; Jn 17,15). A su vez interceden para que
los pastores no desfallezcan en su fe, ayuden a sus hermanos a permanecer
firmes en ella (Lc 22, 32); Dios dé más
operarios para proclamar la buena Nueva del Evangelio (Lc 10, 2). Y con Cristo
acompañan cada día, hasta el fin de su
existencia, a los evangelizadores para que sean fecundos el anuncio y la
vivencia de la Buena Nueva
del Evangelio, de modo que haya discípulos de Jesucristo en todos los lugares
de la Tierra
(Mt 28, 20 – 21), y estos, libres de temor, puedan servir a Dios con santidad y
justicia (Lc 1,74-75).
La vida
contemplativa también prolonga la vida orante de María. Una antífona de las primeras
vísperas de la Asunción
de María expresa la misión de los contemplativos respecto a la humanidad: “Por Eva se cerraron a los hombres las
puertas del paraíso, y por María Virgen se han vuelto a abrir a todos”. En el devenir histórico,
los pecados que cometen los hombres y mujeres cierran a la humanidad poder
gozar de las bendiciones de Dios. El contemplativo es el que, como María al pie
de la Cruz ,
ofrece al Padre con viva fe el sacrificio redentor de su Hijo, para alcanzar de
este modo su perdón. Y, como María en el Cenáculo, invoca al Padre para que por
los méritos de su Hijo sea concedido el don del Espíritu Santo a la Iglesia , a fin de que la purifique, la vivifique y la haga fecunda,
de modo que sus hijos por doquier expandan
la buena nueva del Evangelio.
2. Las Órdenes contemplativas en las encrucijadas de
la historia de la Iglesia
El mismo
Espíritu Santo, a través de la historia de la salvación, ha suscitado a hombres
y mujeres para que, mediante actos de fe como el realizado por María, la Virgen de Nazaret, abran
las compuertas del cielo, y la humanidad experimente la misericordia de Dios. Hombres
y mujeres como Agustín de Hipona, Benito de Nursia, Francisco y Clara de Asís,
Domingo de Guzmán, Catalina de Siena, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz , Francisco Palau, Teresa
de Lisieux... han sido los grandes
orantes de la cristiandad que han alcanzado para la Iglesia y la Humanidad torrentes de
gracia divina.
Ellos, persuadidos del grande poder de la oración,
han animado y ayudado a muchos otros a convertirse en hombres y mujeres
orantes, ya que, cuanto mayor sea el número de verdaderos orantes, más
escuchada será por Dios la oración que se le dirige. En el transcurso de los
siglos estos hombres y mujeres, con su oración, su testimonio y su doctrina,
han ayudado y nos ayudan a vivir el mandamiento del Señor, de orar siempre sin
desfallecer por el bien de la
Iglesia universal y de toda la humanidad, pero también por la Iglesia particular y la
comunidad humana a la que pertenecen.
Cada familia religiosa
contemplativa recibe la herencia y el testimonio de alguno de los grandes
orantes del cristianismo. A partir del contexto histórico en el que han surgido
las Ordenes contemplativas, se puede constatar
que la oración ha sido el gran medio que ha utilizado el Espíritu Santo
para salvar y renovar a la
Iglesia tanto de los pecados internos como de las
persecuciones externas, que en cada recodo de la historia han intentado hacerla
desaparecer de la faz de la tierra.
La vibrante oración
de las comunidades cristianas venció la persecución generada por el judaísmo.
Los mártires y los monjes en el desierto alcanzaron de Dios con su oración que
las grandes persecuciones durante el imperio romano, acabaran con la conversión
de éste al cristianismo, que se convirtió en la religión oficial del imperio.
Ante la caída del imperio romano surge vibrante hacia
Dios la gran oración de Agustín de
Hipona (354-430). El, gran doctor de la plegaria cristiana, nos recordará el
fundamento cristológico de dicha oración. Es Cristo, quien “ora en nosotros, ora por nosotros, y es
orado por nosotros. Ora por nosotros como nuestro sacerdote; ora en nosotros
como nuestra cabeza. Es orado por
nosotros como nuestro Dios”. Para san Agustín orar es amar. Él mismo fundó
una orden orante, las canónigas de san Agustín. A lo largo de los siglos han
nacido otras órdenes contemplativas que se han inspirado en su doctrina y
ejemplo, entre ellas las monjas agustinas, las agustinas recoletas, las agustinas
descalzas…
Bajo las invasiones
de los bárbaros, el Espíritu Santo hará de Benito de Nursia (480-547) un hombre
profundamente sumergido en la vivencia de la oración, alimentada por la Biblia y por la tradición
monástica. En la Regla , exhortará a sus monjes a no anteponer
nada a la oración comunitaria, calificada por él como la Obra de Dios, porque es sacramento del
Cristo orante presente en la
Iglesia. El orante, junto con su comunidad, se vincula a la
oración de toda la Iglesia
que se une a Jesucristo, el gran adorador e intercesor ante el Padre. San Benito y sus monjes orantes y misioneros consiguieron de
Dios gracia abundante para que tuviera lugar la conversión de los pueblos
bárbaros al cristianismo. Los monjes benedictinos serán capitales en la Reconquista de España
del dominio del islam. La eficacia de su oración recae en dar a Dios un culto
digno, de modo que sus peticiones son escuchadas. Ya que, como dice San Juan de
la Cruz , si a
Dios “le llevan por amor y por bien, le
harán hacer cuanto quisieren” (Cántico
Espiritual, can 32, 1). El alto
ideal de san Benito ha suscitado a lo largo de los siglos distintas reformas en
la familia benedictina, entre ellas el Císter, fundado por san Roberto y sus
compañeros en 1098 y afianzado por san Bernardo de Claraval (1091-1153).
En el siglo XI, Bruno
(1030-1101), canónigo y maestro teólogo de Reims, se sentirá impulsado por el
Espíritu de Dios a vivir solo con Dios en la soledad. Junto con otros
compañeros fundará la que devendrá la Gran Cartuja. El cartujo, según san Bruno, debe nutrir su contemplación de la fuente de la Sagrada Escritura
y de los Santos Padres, para que crezca en un conocimiento lleno de amor y en un
amor lleno de conocimiento. El cartujo, dentro del Cuerpo místico, vive un amor
apasionado por Dios y como consecuencia un amor apasionado por todos los hombres.
Durante la
Edad Media nuevas Órdenes contemplativas
ayudarán a fortalecer la fe de la
Iglesia , a superar los tiempos convulsos y a hacer frente a
las herejías que surjan. Entre los
santos fundadores de la
Edad Media se encuentra santo Domingo de Guzmán (1170-1221). Nos dicen
sus contemporáneos que sólo “hablaba de
Dios o con Dios”. Esta comunión con Dios en la oración hará de él un hombre
muy sensible a los gemidos de la historia humana y compasivo con los pobres y
los pecadores. Domingo será dado por Dios a la Iglesia para sembrar en el
mundo la verdad y la luz de su Palabra, ahuyentando las tinieblas y trayendo la
luz, por ello será destructor de herejías. Domingo sabe que su Orden de
predicadores no será eficaz si no va acompañada por la oración; por ello fundará
las monjas dominicas. Estas alcanzarán de Dios grandes vocaciones, que fortalecerán a
toda la Iglesia
católica en la verdadera fe, que será ante todo el objetivo de la gran labor
teológica de santo Tomás de Aquino. “Él
iluminó al Cuerpo místico de la santa Iglesia, ahuyentando la oscuridad de las
herejías”. Catalina de Siena (1347-1380) será la gran discípula de santo
Domingo, dada por Dios junto con santa Brígida de Suecia (1303-1373) en el
Cisma de Occidente. Ella de niña contempló una visión a Cristo con los símbolos
del papado. Ella no dejará de interceder constantemente por la Iglesia , convirtiéndose en una verdadera maestra en el arte de interceder por la jerarquía
eclesial. Tendrá un duro morir, y ofrecerá sus sufrimientos para alcanzar de
Dios su misericordia para bien de la Iglesia.
San Francisco (1181/2-1226), querrá hacer vida el Evangelio sin glosa,
y considerará que todo debe estar subordinado a la oración, ya que es la fuente
y la raíz del amor a Dios y a los hermanos. Francisco será llamado por Dios a
reconstruir la Iglesia
en ruinas, a través de la vida apostólica. Clara de Asís (1193-1253) colaborará
en la edificación de la
Santa Iglesia desde la vida contemplativa, intercediendo por sus
necesidades desde una profunda comunión con ella, y amará a la Iglesia con la certeza que ella es la depositaria
de la presencia que su Señor prometió, y la garante de que en ella somos el
cuerpo de Cristo Cabeza. La intercesión de Clara atraerá la salvación de Dios en situaciones
críticas, porque sabrá asociar a las
hermanas a su oración, y a orar unidas como si fueran un solo corazón. Cuando será asediada la ciudad de Asís, santa Clara dirá a
sus hermanas: “Muchos bienes hemos
recibido de esta ciudad, y por ello debemos rogar a Dios que la salve”. Entonces la comunidad iniciará una
intercesión penitencial con ayuno hasta que el duelo se torne en cantos de
fiesta, y el ejército que asediaba Asís, huirá en desbandada. El mismo papa
Gregorio IX acudirá a su intercesión siempre que se vea en peligro,
llamándola “madre de mi
salvación”, y le pedirá que no deje de interceder en favor de la Iglesia. Los monasterios bajo la misma regla e ideal de
Clara y Francisco se han expandido por todo el mundo, a través de diversas
ramas de la misma familia. Entre ellas están las monjas capuchinas, fundadas en
Nápoles en 1538 por la venerable María
Laurentia Longo (1463-1542).
En la época de las
cruzadas, hombres que irán a conquistar Tierra Santa se quedarán allí para
vivir una vida de oración. A finales del siglo XII unos cruzados latinos se establecerán
en la montaña del Carmelo cerca de la fuente de Elías. Allí edificarán una
capilla en honor a la
Virgen María. De esta pequeña semilla nacerá la Orden del Carmelo que se
caracterizará por su devoción a la
Madre de Jesús. “El Carmelo es todo de María” ha sido el lema que ha
configurado a la
Orden Carmelitana desde sus inicios. A lo largo de los siglos
los carmelitas han comprendido que la fuente del más puro amor a la Virgen Santísima
es el amor que Cristo tiene a su Madre. Por eso el carmelita procura que sea
Cristo quien en él o en ella amen y honre a la Virgen María. El
carmelita sigue a Cristo, teniendo por
modelo a su primera y mejor discípula, la Virgen María. Incluso se podría decir que los
carmelitas, en el Cuerpo Místico, tienen por misión reflejar la gran belleza
interior de María. Desde el siglo XIII ha dado a la Iglesia grandes santos que
se han distinguido por su profunda vida interior, entre ellos: Teresa de Jesús,
Juan de la Cruz ,
Magdalena de Pazzi, Teresa del Niño Jesús...
Será un
fenómeno común del Occidente cristiano que en distintos lugares surjan grupos
de ermitaños, desconectados del monaquismo tradicional. Vinculados a este
movimiento, en el siglo XIV aparecen los Jerónimos, que desearán imitar la vida
austera de san Jerónimo. La
Orden Jerónima , tendrá
como fundamento de su vida el estudio amoroso de la Sagrada Escritura
y la alabanza divina, cumpliendo así el fin esencial de la creación: alabar, glorificar y dar gracias a Dios.
Francisco de Paula (1416- 1507) desde muy
joven buscará saciar su sed de Dios en la vida eremítica. Otros seguirán
su ejemplo, y a los diecinueve años iniciará la fundación de la que sería la Orden Mínima. El
carisma que recibirá del Espíritu Santo será participar en la expiación
redentora de Cristo. Así la “Regla de vida” de las monjas Mínimas a través de
una ascesis austera de contenido propiamente cuaresmal, tiene como objetivo
liberarse de todo aquello que las pueda alejar de Dios y poder convertirse
en profetas de la Pascua , siendo luz y camino
de salvación para muchas otras personas.
Santa Beatriz de Silva (1424-1491), a la vez que experimentará la ayuda de la Virgen en una difícil
circunstancia, la instará a fundar en su honor la Orden de la Purísima Concepción ,
con el mismo hábito blanco y azul que ella llevaba. Después de vivir 30 años en
la comunidad cisterciense de santo Domingo el Real en Toledo. Murió el mismo
día que iba a recibir el hábito de la nueva Orden, por ella fundada. Se fue al
cielo para guiar mejor a varias generaciones de vírgenes que consagrarían a
Dios su amor y su pureza en honor a la Virgen Inmaculada.
El carisma de las Concepcionistas franciscanas es penetrar por la contemplación
en las más secretas cámaras de la mariología viva, con el deseo de ser, como
María, mujeres de oración en favor de la Iglesia y de la humanidad.
En
los críticos momentos de la reforma protestante que parecía que iba engullir a
toda Europa, Dios dio a la
Iglesia dos grandes orantes y maestros del espíritu: santa
Teresa de Jesús y san Juan de la
Cruz , para que enseñaran el camino de la unión con Dios, para
que en el orante Cristo mismo sea quien interceda ante el Padre en bien de la Iglesia.
Santa Teresa de Jesús
(1515-1582) descubrirá el valor de la oración en su propia vida. Ella
observará que, cuando abandona la oración, su vida cristiana y religiosa se
desintegra; pero que, cuando ora y pide que intercedan por ella, se da en ella
una transformación profunda que la ayuda a vivir radicalmente el seguimiento de
Cristo. Esta es la medicina que necesitaba la Iglesia de su tiempo y de
todo tiempo. A medida que se dejará transformar por Cristo, deja de pensar en
si misma y acoge los anhelos y
preocupaciones de Jesús, que es la grave situación eclesial y la expansión de la Iglesia. Por su unión
con Cristo podrá relacionarse
vivencialmente con la
Santísima Trinidad , con la Virgen María , con san José… No
sólo recibirá la ayuda del clero secular y de distintas órdenes religiosas para
fundar la Reforma
del Carmelo Descalzo (dominicos, carmelitas, jesuitas, franciscanos), sino que
El Espíritu Santo le hará participar de la pujanza espiritual y de la sabiduría de los grandes fundadores de Órdenes
contemplativas[1]. Por san Agustín,
Teresa es consciente de la posibilidad real de una verdadera conversión a Dios,
a pesar de su falta de correspondencia a la gracia. De Benito de Nursia,
heredará desde la comunión de los santos, el dirigirse a Dios con gran
reverencia y, en la oración conformar la mente a los labios, así como la
sabiduría para organizar la vida de las Carmelitas descalzas. Con santa Clara
y san Pedro de Alcántara el fundar en
pobreza, para liberarse de la tiranía de algunos patrones, e intercederá a Dios
por la Iglesia
no desde la saciedad de bienes, como dice el salmista (Slm 62,6),
sino desde una vida pobre como la de Jesús. De santa Catalina de Siena recibirá
el orar constantemente por la
Iglesia , en particular por los sacerdotes, decisión que se
convertirá en ella, en algo institucional.
La misión que Dios le dará a
Teresa de Jesús, no es sólo de orar, con
todo su ser por el bien de la
Iglesia , sino también la de formar mujeres orantes y liberarlas
de todo aquello que pueda impedirles la realización de este servicio eclesial. Instruirá a sus monjas a no desear nunca les
gracias místicas y, caso de recibirlas, las instruirá sobre el modo comportarse
en ellas: deben agradecer a Dios sus gracias y sentirse inmerecedoras de las
mismas, olvidarse de si mismas y de su
provecho, abandonarse en manos de Dios y desear sólo contentarle haciendo su
voluntad. Educará a sus monjas para que
procuren crecer en las grandes virtudes (amor al prójimo, desasimiento y
humildad), ya que de otro modo se quedarán enanas en la vida espiritual (7 M
4,9), y sus oraciones no serán escuchadas por Dios. Sin la humildad, el
Espíritu Santo no puede obrar en el alma y realizar en el orante la plena configuración
con Cristo, el gran Intercesor. Sin desasirse tanto de las cosas como de las
personas, Dios no se entregará a ellas, ya que Dios no se da a si mismo con
todos sus dones hasta que no nos demos del todo a Él.
Les enseñará a vivir la vida religiosa en clave
esponsal, y a buscar en la oración una relación de amistad cada vez más íntima
con Cristo, su Esposo, donde “toda la
memoria se le va en cómo más contentarle, y en qué o por dónde mostrará el amor
que le tiene” (7M 4,6), tomando las cosas de su Esposo como propias, como
una esposa vela por la honra de su Esposo. De este modo se irán adentrando en
las diversas moradas hasta el centro del alma donde habita Dios Trinidad, donde
se realiza el matrimonio espiritual. Hay en este estado espiritual “tanta amistad, que manden a veces -como
dicen- y cumplir El lo que ella le pide, como ella hace lo que El la manda, y
mucho mejor, porque es poderoso y puede cuanto quiere y no deja de querer”
(C 32,12). Santa Teresa de Jesús, consciente de que Dios lo puede todo, no
dejará de decir a sus monjas: “¿Qué nos
cuesta pedir mucho, pues pedimos al poderoso?” (C 42,4). Por ello no
tratará “con Dios negocios de poca
importancia” (C 1,5). Sus oraciones serán aceptas a Dios, de modo que el
mismo Señor le dirá “pues era su esposa,
que le pidiese, que me prometía que todo me lo concedería cuanto yo le pidiese”
(CC 38). “¿Qué me pides tú que no haga
yo, hija mía?” (CC 59, 2). Teresa suplicaba: “Favoreced vuestra Iglesia. No permitáis ya más daños en la cristiandad,
Señor. Dad ya luz a estas tinieblas” (C 3, 9). En los años posteriores a
las ardientes peticiones de Teresa, los decretos del Concilio de Trento no se convertirán
en letra muerta. Gracias a los Papas reformadores y a los Obispos que irán aplicando
los decretos del Concilio, habrá una mejora del clero secular; las Órdenes
religiosas se irán reformando y surgirán otras
nuevas, como los jesuitas, que con gran impulso, se implicarán en la
recatolización de las regiones que habían caído bajo la influencia de la
reforma protestante y en la expansión
del catolicismo por tierras de Asia,
África y América.
San
Juan de la Cruz
(1542-1591) colaborará desde el inicio en la Reforma de Teresa de Jesús. Se le considera padre
del Carmelo-Teresiano. Como confesor de monjas, se dedicará abnegadamente a
la formación de mujeres orantes. Los
escritos de santa Teresa de Jesús y de san Juan de la Cruz son complementarios.
Mientras que los de santa Teresa son luz y ayuda para todos aquellos orantes,
que mientras oran, experimentan gracias místicas, que tienen por objetivo
acelerar la unión con Dios para poder
así ser más fecunda su oración en bien de la Iglesia ;
por su parte los escritos de san Juan de la Cruz dan luz, ante todo, a aquellos orantes a los que el Señor lleva por
caminos de sequedad y oscuridad hacia la unión con Dios, como fue el caso de
santa Teresa del Niño Jesús.
Del
Carmelo Teresiano surgirán grandes intercesores de la Iglesia que, como Teresa
de Jesús, participarán de forma particular en la dimensión intercesora de Jesucristo.
El beato Francisco Palau alcanzó misericordia de Dios para la Iglesia , precisamente
cuando el liberalismo la quería confinar al ámbito privado. Ante el desafío de
la muerte de Dios y el ateismo militante Dios dará a la Iglesia a santa Teresa de
Lisieux y la beata Isabel de la Trinidad.
Para hacer frente al nazismo hará surgir la intercesión de
Teresa Benedicta de la Cruz
y del beato Tito Brandsma (O. Carm). Santa Maravillas de Jesús será elegida por
Dios para ofrecer una oblación y oración constante por España y evitar que vuelva
ensangrentarse en guerras civiles.
A
través de sus escritos, Teresa de Jesús intentará persuadir a todos de la importancia de la
oración. Algunos de los que se han dejado enseñar por ella han sido grandes
santos, como san Francisco de Sales (1567-1622). Él que era hombre de profunda
oración, le fue concedido el don de que sus palabras llenas de sabiduría fueran
extraordinariamente fecundas. Enseñó a muchos a ser orantes, de forma especial
a las monjas de la
Visitación (salesas) por él fundadas junto con santa Juana
Francisca de Chantal (1572-1641), la cual
vivió con gran heroísmo la vida de oración.
En los momentos tempestuosos de la invasión francesa
en Italia surgirá una nueva congregación contemplativa fundada por la beata M.
María Magdalena Sordini (1770-1824). Cuando era novicia en las Franciscanas de
Ischia de Castro, el Señor le manifestará su voluntad de que ella funde una orden que
deberá dedicarse a la
Adoración de Jesús Sacramentado. Pero no será hasta veinte años más tarde, que al
ser elegida abadesa podrá llevar a cabo esta voluntad del Señor, logrando de
Pío VII el permiso para salir del convento. Pero tardará aún siete años en
poder hacer la nueva fundación, que sufrirá un gran quebranto con la invasión
francesa. El mismo Pío VII le pedirá a M. Magdalena Sordini que en la adoración
al Santísimo Sacramento rogasen especialmente por las necesidades de la Iglesia y del santo Padre.
Espíritu que se perpetúa en sus hijas, las Adoratrices Perpetúas, que no
anteponen nada al culto y a la adoración -día y noche- del Santísimo
Sacramento, para reparar las ofensas e ingratitudes y sacrilegios que recibe
Jesús en el Santísimo Sacramento, así como para interceder, con interrumpida
adoración y alabanza, por la
Iglesia y por la
humanidad.
También en el siglo XX en Andalucía la M. María Rosario del Espíritu
Santo (1909-1960), que desde muy joven, contemplando como el Señor se
había encarnado y hecho uno de nosotros,
surgirá en ella el deseo de fundar
una orden contemplativa que no
deje nunca solo al Señor, adorándolo día
y noche. Eso no será posible hasta los años cuarenta, en que fundará en Málaga
la primera casa de la congregación de las Esclavas del Santísimo Sacramento y
de la Inmaculada. Tendrán
como carisma la adoración perpetua y reparadora del Santísimo Sacramento en unión íntima con la Virgen Inmaculada ,
intercediendo ante el Señor por las necesidades de la Iglesia y de la humanidad,
desde el amor y la inmolación.
La vida contemplativa es tan preciosa y
necesaria para la Iglesia ,
que el Espíritu no sólo ha convertido en árboles fecundos las órdenes fundadas
por los grandes orantes que se han difundido por todo el mundo, sino que ha
dado nuevo florecimiento a Órdenes contemplativas a las que se consideraba
extintas o a punto de serlo, además el
mismo Espíritu hace surgir nuevas comunidades monásticas en la Iglesia , entre ellas las
monjas de Belén.
Los Papas no han
dejado de recordar la fecundidad apostólica inherente a la vida contemplativa.
Pablo VI recordará: “La Iglesia
tiene necesidad de almas de poderosa vida interior dedicadas exclusivamente a
recogerse en Dios, a abrazar en el amor de las cosas de lo alto. Si llegaran a
faltar estas almas, si su vida desfalleciera y se secara, conllevaría el
empobrecimiento de las energías de todo el Cuerpo Místico”. Incluso llegará
a decir: “En el corazón de los contemplativos se decide la suerte de la Iglesia ". Juan
Pablo II dirá: “hay una relación íntima entre la oración y la difusión del
Reino de Dios, entre oración y conversión de los corazones”.
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Siglas:
C (Camino de Perfección), CC (Cuentas de Conciencia), M (Moradas o Castillo
interior) de santa Teresa de Jesús.
[1]
El P. Arintero, gran
eclesiólogo, decía: “Los santos […] revierten sobre la Iglesia la santidad que
de ella reciben; y en proporción con su misma santidad, derivan de santificados en santificadores, desbordando
sobre los otros fieles, comiembros suyos, y sobre todo el organismo viviente de
la Iglesia, la pujanza a que ha llegado su espíritu" Marcelino Llamera, Los Santos en la vida de la Iglesia, Ed. San Esteban, Salamanca 1992, 14.