De las
muchas enseñanzas que podemos extraer del testimonio y de la doctrina que nos
dan los Santos del Carmelo sobre la vida trinitaria, balbucimos algunas de
ellas.
Invocar a la Virgen María y a san José, maestros de oración
El camino arduo de despojo para ser ingresados en la
vida trinitaria, no lo podemos hacer solos, además de la acción del Espíritu,
por divino beneplácito, nos acompaña la intercesión constante de la Virgen
María y San José, que, con verdadero amor materno y paterno, como maestros en
la vida de oración, nos ayudan en todo momento para que este proceso llegue a
buen término. Este es uno de los sentidos principales de las palabras dichas por
Jesús a Teresa “a una puerta nos
guardaría él (san José) y nuestra Señora la otra” (V 32,11).
Ello ya ha sido vivido en primer lugar por la madre Teresa.
Nos dice en el libro de la Vida, “Acuérdome que cuando murió mi madre (…)
afligida fuime a una imagen de nuestra Señora y supliquéla fuese mi madre, con
muchas lágrimas. Paréceme que, aunque se hizo con simpleza, que me ha valido;
porque conocidamente he hallado a esta Virgen soberana en cuanto me he
encomendado a ella y, en fin, me ha tornado a sí” (V 1, 7). “Y tomé por abogado
y señor al glorioso San José y encomendéme mucho a él. Vi claro que así de esta
necesidad como de otras mayores de honra y pérdida de alma este padre y señor
mío me sacó con más bien que yo le sabía pedir. No me acuerdo hasta ahora
haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las
grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado Santo,
de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma” (V 6, 6).
Como vemos, tanto la Virgen María como san José han ayudado
a la monja carmelita Dña. Teresa de Ahumada a retornar a la intimidad con Dios
y a vivir la vocación orante que ha profesado en el Carmelo. Hasta preguntarse
“qué podría hacer por Dios. Y pensé que lo primero era seguir el llamamiento
que Su majestad me había hecho a religión, guardando mi Regla con la mayor
perfección que pudiese” (V 32,9).
Este testimonio de la Santa madre Teresa de Jesús nos
enseña que desde el momento espiritual en el que nos hallamos, sea de
desaliento, acedia, incluso de infidelidad, si invocamos constantemente a la
Virgen María y san José para que nos ayuden a vivir la vocación del Carmelo que
hemos recibido del Espíritu, ellos nos sacarán a buen puerto, hasta poder vivir
vida trinitaria de modo que nuestra vida sea profundamente fecunda,
participando del gozo y la paz que Cristo nos ha prometido a los que le somos
fieles.
La
vida trinitaria es para todos los bautizados
En ello insistirá san Juan de la Cruz, las riquezas que hay
en la visión de la Trinidad, que ya se empiezan a gozar en esta vida terrena,
no son para almas extraordinarias, sino que Dios las concede a todos, pues no
hace acepción de personas, lo da “doquiera que halla lugar” (Ll B 1, 15), pues
sus deleites es con los hijos de los hombres (cf. Prov 8, 31). Dios Trinidad
entra en contacto con los hombres y los purifica, les ayuda en su lucha contra
el mal, los transforma y los lleva a nueva vida de hijos en el Hijo por el
Espíritu Santo y para gloria del Padre. Para combatir a los que piensan
bajamente de Dios, testificará:
“Y no hay que maravillar que haga Dios tan altas y extrañas
mercedes a las almas que él da en regalar; porque si consideramos que es Dios,
y que se las hace como Dios, y con infinito amor y bondad, no nos parecerá
fuera de razón; pues él dijo (Jn. 14, 23) que en el que le amase vendrían el
Padre, Hijo y Espíritu Santo, y harían morada en él; lo cual había de ser
haciéndole a Él vivir y morar en el Padre, Hijo y Espíritu Santo en vida de
Dios” (Ll B prol 2),
“Y no es de tener por increíble que a un alma ya examinada,
purgada y probada en el fuego de tribulaciones y trabajos y variedad de
tentaciones, y hallada fiel en el amor, deje de cumplirse en esta fiel alma en
esta vida lo que el Hijo de Dios prometió (Jn. 14, 23), conviene a saber: que
si alguno le amase, vendría la Santísima Trinidad en él y moraría de asiento en
él; lo cual es ilustrándole el entendimiento divinamente en la sabiduría del
Hijo, y deleitándole la voluntad en el Espíritu Santo, y absorbiéndola el Padre
poderosa y fuertemente en el abrazo abismal de su dulzura” (Ll B 1, 15).
Por ello exclamará “¡Oh almas criadas para estas grandezas
y para ellas llamadas!, ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis?” (CB 39, 7).
Cuando un alma se levanta por el Espíritu,
levanta el mundo
La inhabitación divina
no es un rasgo carismático, que solo le es concedido a unos agraciados, sino
que es un don que se da a todo cristiano que vive en una fidelidad constante a
Jesucristo, cumpliendo siempre su voluntad. Como hemos visto, los primeros eremitas
latinos del monte Carmelo, como primicias de la gran Orden del Carmelo,
pudieron vivir vida trinitaria.
Pero el conocimiento
escrito que poseemos de esta vida trinitaria lo tenemos en santa Teresa de
Jesús. Gracias a la abundante misericordia de Dios para con ella, que dejándose
vencer por su Amor, consideró que su respuesta no podía ser otra que seguir con
toda perfección la Regla profesada en el Carmelo. A partir de esta decisión,
una fuente caudalosa de vida trinitaria del que tenemos testimonio escrito,
enriquece a la Iglesia.
Vemos cómo, a partir de
Teresa de Jesús, tenemos el testimonio de la vida trinitaria de san Juan de la
Cruz, de santa Magdalena de Pazzi. Después de un intervalo de un ambiente
eclesial que se podría considerar glacial (molinismo, quietismo, jansenismo)
que dificultaba que se diera esta vida trinitaria, el beato Francisco Palau
inició un nuevo tiempo eclesial reparando la justicia divina con el
ofrecimiento de la sangre de Cristo, para que Dios Trinidad tuviera misericordia
de la Iglesia y de la humanidad, santa Teresa del Niño Jesús desbrozó el camino
para tener las actitudes que hacen posible la inhabitación de la Trinidad, y
oró para que Dios Trinidad fuera amado como ella lo amaba. Le seguirá santa
Isabel de la Trinidad, que ya podrá mostrar la gran riqueza de la vida
trinitaria a la Iglesia. Al poco tiempo la vida trinitaria vivida desde el
inicio de la vida espiritual será realidad en santa Teresa de los Andes…
Con los datos que
poseemos, quizás podamos afirmar que la vida trinitaria de los frailes ha sido
alumbrada por la oración de las carmelitas descalzas, o al menos la ha intensificado.
Así lo vemos en san Juan de la Cruz, la oración constante de la madre Teresa de
Jesús, las monjas de la Encarnación y de san José por la liberación de la
cárcel conventual de Toledo, le alcanzaron grandes gracias de Dios para que el
prolongado encerramiento en tan penosa situación no le destruyera
psicológicamente y espiritualmente, y le ayudara a ahondar en la contemplación
del misterio de la Trinidad, en el amor con que ha creado la humanidad, cuando
su dignidad humana estaba profundamente machada.
El beato Francisco
Palau, después de pedir mucha oración a personas conocidas, no es de extrañar
que pidiera oraciones a las carmelitas descalzas de Palma (Mallorca), a las que
predicó ejercicios espirituales. A los pocos días tendría lugar la experiencia
mística al final de la misión dada en Ciutadella (Menorca), en que el Padre
eterno le da a la Iglesia como hija. A partir de entonces salió del ascetismo
para ingresar en la vida mística que colmaría en la vida trinitaria.
En la Orden del Carmen Teresiano, las
carmelitas descalzas tienen la misión de “madres” de ayudar a toda la familia
del Carmelo, a que cada uno de los miembros corresponda a la gracia de la
vocación que culmina en vida trinitaria.
Según la fe de la Iglesia
San Juan de la Cruz nos
insta a no escudriñar el misterio de la Trinidad, atenernos a la doctrina de la
Iglesia y ahondar en ella. Para el amor a Dios, ya es suficiente saber que Dios
es Uno y Trino. Tal como nos propone la fe de la Iglesia así es: “Porque es
tanta la semejanza que hay entre ella y Dios, que no hay otra diferencia sino
ser visto Dios o creído. Porque, así como Dios es infinito, así ella nos le propone
infinito; y así como es Trino y Uno, nos le propone ella Trino y Uno” (2S 9,1);
La doctrina sanjuanista es el canto de exultación de quien se huelga de conocer
a Dios como es, pues la fe nos lo propone Trino y uno.
Él no busca explorar nuevos modos de explicar
el misterio de la Santísima Trinidad, sino la relación de amor que la Trinidad
establece con la criatura, y la transformación que se opera en la vida personal
y teologal del creyente. Pues la inhabitación trinitaria transforma al hombre
radical e íntimamente. Es la Santísima Trinidad la que troca la muerte del
hombre viejo en nueva vida. No es solo la rectitud o perfeccionamiento moral,
sino que el hombre participa de la vida divina con el deseo de amar a Dios
Trinidad como es amado por Él.
Para san Juan de la
Cruz no se puede imaginar la unión del alma con Dios sin la fe en Dios creador,
sin el proyecto de la redención de Cristo, sin la encarnación, sin el Espíritu
Santo dado a la Iglesia y derramado como amor en los corazones. Pero tampoco sin
el amor que une al creyente con Dios. Ni sin la esperanza firme que le hace ser
paciente en las purificaciones del sentido y del espíritu, pues el despliegue
de la vida trinitaria es el extremo final del camino espiritual. La vida
teologal (fe, esperanza y caridad) es el único camino de acceso al
conocimiento, trato y amor de la Trinidad.
Es Jesucristo quien nos introduce en la vida intratrinitaria
Ante las ideas que
existían en su tiempo, de unirse con Dios prescindiendo de la humanidad de
Jesucristo, santa Teresa será defensora acérrima de la necesidad de hacerlo por
medio de la humanidad de Cristo. Ello nos es explicado con gran profundidad
teológica por el beato María Eugenio del Niño Jesús:
“En
la Santísima Trinidad, la generación del Verbo —esplendor del Padre que se
refleja perfectamente en el espejo luminoso y límpido que es su Hijo—, la
procesión del Espíritu Santo —esta inspiración común al Padre y al Hijo en
torrentes infinitos de amor, que constituyen la Tercera Persona—, se realizan
en el seno de la Trinidad en medio del silencio y de la paz de la inmutabilidad
divina, en un eterno presente que no conoce sucesión. Ningún movimiento, ningún
cambio, ni el soplo más ligero, indica al mundo ni a los más agudos sentidos de
las criaturas este ritmo de la vida trinitaria, de poder y efectos infinitos.
Frente a
esta inmovilidad y este silencio eternos, que encubren el secreto de la vida
íntima de Dios, exclama el salmista: Tu autem ídem es: «Tú, Señor, eres siempre el mismo»,
mientras el mundo cambia continuamente de apariencia. Es preciso aguardar a la
visión cara a cara para entrar perfectamente en la paz e inmutabilidad divinas”[1].
El hombre, a diferencia de los otros seres
creados, ha sido creado a imagen de Dios, para que pueda establecer desde la
libertad una relación de amor con el Creador. Es Cristo el camino por el cual
nosotros, por medio del Espíritu Santo, somos ingresados en la vida
intratrinitaria. Por ello santa Teresa no dejará de denunciar a los que quieran
unirse con la divinidad dejando de lado la humanidad de Jesucristo, este no es
buen camino, pues no podemos ir al Padre sino por medio de Jesucristo[2].
El beato María Eugenio nos profundiza en las razones esbozadas por la fundadora
del Carmelo Descalzo.
“Santa Teresa nos recomienda dirigirnos al
Verbo encarnado en esta Trinidad santísima, cuyas tres Personas obran en
nosotros mediante una operación única y, en consecuencia, común. La razón de
ello estriba en que nuestra participación en la vida divina por la gracia no
hace de nosotros simples espectadores de las operaciones de esta vida, sino que
nos hace entrar realmente en el movimiento de la vida trinitaria. Esta
participación activa e íntima no puede realizarse en concepto de personas
sobreañadidas, porque la Trinidad es inmutable en su perfección infinita. Tan
sólo es posible tal participación mediante una adopción por parte de una de
las tres Personas y una identificación que nos permita, por la participación de
sus operaciones propias, adentrarnos en el ritmo eterno de las Tres.
Esa
Persona es el Verbo encarnado, que ha descendido hasta nosotros, nos ha
salvado, purificado, adoptado e identificado con Él, para hacernos entrar como
hijos con Él en el seno de la Santísima Trinidad, participar así de sus
esplendores y operaciones del Verbo y asegurarnos su herencia de gloria y
felicidad por la donación del mismo Padre y del mismo Espíritu. Tan solo por Él,
en Él y con Él podremos vivir nuestra vida sobrenatural. Somos para Cristo y
Cristo para Dios.
No pretextemos, para alejarnos de Jesús,
nuestro atractivo particular por el Padre o el Espíritu Santo, pues no podemos
ser hijos del Padre, sino mediante la unión con Cristo, su único Hijo; y el
Espíritu Santo no puede habitar en nosotros, sino por nuestra identificación
con el Verbo, del que el Espíritu procede al mismo tiempo que del Padre. El
mismo Cristo es también quien nos da a María, y de Él solamente procede el
verdadero espíritu filial hacia aquella que es nuestra Madre, por ser Madre
suya. En Cristo igualmente está la Iglesia y, en consecuencia, las almas
todas.
La oración de recogimiento, al adherirnos a
Cristo, nos coloca en nuestro propio lugar, nos descubre todas nuestras
riquezas, nos fija en Aquel que es todo y todo nos da en el orden sobrenatural”[3].
La necesidad de cultivar la limpieza del corazón
Jesús en las bienaventuranzas nos dice “Dichosos los de corazón limpio, porque
verán a Dios [Trinidad]” (Mt 5, 8).
Santa María Magdaleza de Pazzi no solo vivirá esta realidad, sino que
profundizará en su sentido profundo, Ella buscaba siempre tener una gran pureza
de conciencia, y no dejaba de denunciar lo nefasto que es el amor propio para
la vida espiritual, “¡Jesús mío!, dame voz potente que la oiga el mundo entero:
nuestro amor propio es el que nos ofusca vuestro conocimiento…. El amor propio
que es el contrario al vuestro, Señor… ¡Amor, haz que las criaturas no amen
otra cosa que a ti!” Por ello sor María Magdalena insistirá en la pureza, que
significaba la desnudez total de la propia voluntad; la inmolación absoluta del
propio yo, del juicio y parecer propio, de todo deseo y satisfacción. Procuraba
tal limpieza de conciencia que se cumplía en ella la bienaventuranza: “los
limpios de corazón verán a Dios” Esta limpidez de espíritu la subió pronto a
una oración que le era habitual: “Tener gusto en gozarme y complacerme de los
atributos divinos..., gozarme de la comunicación que tienen entre sí las tres
divinas Personas..., regocijarme en el amor infinito con que Dios se ama a Sí
mismo... Ofrecerme a mí misma a Dios con toda aquella perfección que Él quiere
que tenga”[4].
De hecho, no se entra en la profundización de Dios
como Trinidad si no hay un corazón limpio de toda impureza, desapego de todo lo
que no es Dios, pureza de intención respecto al prójimo, búsqueda de solo la
gloria de Dios, una fe límpida de toda idea extraña al Evangelio, algo que
Jesús ya decía a los discípulos en la última cena, intención, de amor, pureza
en la fe. No hay comprensión interior de Dios Trinidad si no existe en nosotros
una pureza de intención,
El permitir ser lavado por el
Espíritu de Jesús hasta ser limpio de toda impureza, sea moral o espiritual.
Debe haber una fe íntegra en el mensaje que Él nos ha revelado,
Necesidad
de la dirección espiritual
Santa Teresa Benedicta
de la Cruz decía que vivir en el Carmelo es «vivir en el santuario más íntimo de la Iglesia» (Cta. 27.8.1933).
Sus miembros son llamados a vivir la más alta vida espiritual, no solo para
extasiarse contemplando la belleza de Dios, o dialogar con el Amigo que nunca
falla, sino también para dejarse transformar por el Espíritu Santo en Cristo
intercesor, de modo que sea Jesús en la carmelita quien suplique al Padre para
que la humanidad acoja la redención de Cristo, por las necesidades esenciales
de la Iglesia.
Le es tan preciada a
Dios la oración de quien intercede por la Iglesia que el Espíritu Santo, para
acelerar la conformación con Cristo intercesor, mientras la carmelita ora por
la Iglesia, puede suscitar en su interior gracias místicas de distinta índole.
Necesita esta de un director espiritual para que pueda interpretar lo que le
acontece, le ayude a descubrir el valor de las mismas y su significado, la
oriente hacia la unión con Dios, para que acontezca en ella la unión
transformante o matrimonio espiritual. En otras, el Espíritu Santo las llevará
por caminos de oscuridad, sequedad, noches interiores. También ella necesita
del director espiritual para que le dé luz, y le ayude a comprender la acción
del Espíritu Santo, para que no se sienta abandonada de Dios, y no abandone la
vida de oración, incluso no se desespere, sino que siga adelante hasta la
cumbre del amor, y se dé en ella también la unión transformante.
Como a estas alturas
está destinada a vivir la carmelita a participar de la intimidad con Dios de la
Virgen María y el profeta Elías, necesita forzosamente un director espiritual.
Este es el pensamiento de santa Teresa de Jesús, por mucho que sufriera con
directores poco letrados. Ella querrá poner las bases para asegurar que sus
hermanas, cuando fue priora de la Encarnación, y sus hijas tengan una buena
dirección espiritual. Estas bases las expone en los capítulos cuatro y cinco
del Camino de Perfección.
San Juan de la Cruz se dedicó abnegadamente a la dirección
espiritual. Él consideraba que era absolutamente necesario para todos el guía,
pues nadie sería capaz por sí solo de caminar sin equivocarse. Dirá en Dichos de luz y de amor:
«El
que solo se quiere estar, sin arrimo de maestro y guía, será como el árbol que
está solo y sin dueño en el campo, que, por más fruta que tenga, los viadores
se la cogerán y no llegará a sazón. El árbol cultivado y guardado con el
beneficio de su dueño, da la fruta en el tiempo que de él se espera. El alma
sola, sin maestro, que tiene virtud, es como el carbón encendido que está solo:
antes se irá enfriando que encendiendo. El que a solas cae, a solas se está
caído y tiene en poco su alma, pues de sí solo la fía. Pues no temes el caer a
solas, ¿cómo presumes de levantarte a solas? Mira que más pueden dos juntos que
uno solo. El que cargado cae, dificultosamente se levantará cargado. Y el que
cae ciego, no se levantará ciego solo; y, si se levantare solo, encaminará por
donde no conviene» (cap.1, 5-11).
San Juan de la Cruz considerará que sin un
buen maestro es muy difícil llegar a la perfección; con un mal maestro es muy
fácil extraviarse o paralizarse, y en este tema de gran trascendencia ha de
mirarse cuidadosamente «porque los
negocios de Dios con mucho tiento y muy a ojos abiertos se han de tratar»
(Ll 3,56).
Ve san Juan de la Cruz
al “director espiritual” como el valioso instrumento dispuesto por Dios para
llevar más pronto y más fácilmente al encuentro con el Amado. Por ello se
muestra tremendamente exigente con aquellos directores que entorpecen y
estropean el camino de las almas.
Las reflexiones sobre
el mal maestro están recogidas en Llama
de amor viva: los números treinta al sesenta y dos de la canción tercera.
No es un desahogo ni un enfado momentáneo el que refleja este pequeño tratado
sobre la dirección espiritual que hay en el interior de Llama de amor viva, es más que eso. Es el reconocimiento del papel
trascendental que desempeña el maestro en el dinamismo de la vida cristiana.
Ello se puede reconocer en las palabras con que introduce el tema: «El alma que quiere ir adelante» (L 3,
30). Dos reflexiones, añade, además: la delicadeza de estos negocios y el
influjo que ejerce el maestro. «Los
negocios de Dios con mucho tiento y muy a ojos abiertos se han de tratar»
(L 3,56). «Cual fuere el maestro, tal
será el discípulo» (L 3, 30). Por eso hablará de «muchos maestros espirituales que hacen mucho daño a muchas almas»
(L3, 31). Es decir, él ve la necesidad de maestro, pero a la vez denuncia los
estragos causados por los malos maestros, con sus severas advertencias no desea
sino que haya buenos directores de espíritu.
San Juan de la Cruz da
como advertencia «a las almas que Dios
llega a estas delicadas unciones, que miren lo que hacen y en cuyas manos se
ponen, porque no vuelvan atrás» (Ll B 3,27). Santa Teresa de Jesús instará
a sus hijas y a todos los que inician camino de oración, «aunque en este primer estado es menester irse más deteniendo y atados a
la discreción y parecer de maestro; mas han de mirar que sea tal, que no los
enseñe a ser sapos, ni que se contente con que se muestre el alma a sólo cazar
lagartijas. ¡Siempre la humildad delante, para entender que no han de venir
estas fuerzas de las nuestras!» (V 13,3).
Si el confesor retiene a la dirigida en el primer estadio
de la vida espiritual, es decir en el ascetismo, cuando el Espíritu Santo la
conduce a la unión transformante, le provocará mucho sufrimiento y hará
estragos en su espíritu, de ello habla por experiencia propia y ajena:
«Ha menester aviso el que comienza, para mirar en lo que aprovecha más.
Para esto es muy necesario el maestro, si es experimentado; que si no, mucho
puede errar y traer un alma sin entenderla ni dejarla a sí misma entender;
porque, como sabe que es gran mérito estar sujeta a maestro, no osa salir de lo
que le manda. Yo he topado almas acorraladas y afligidas por no tener
experiencia quien las enseñaba, que me hacían lástima, y alguna que no sabía ya
qué hacer de sí; porque, no entendiendo el espíritu, afligen alma y cuerpo, y
estorban el aprovechamiento. Una trató conmigo, que la tenía el maestro atada
ocho años había a que no la dejaba salir de propio conocimiento, y teníala ya
el Señor en oración de quietud, y así pasaba mucho trabajo» (V 13,14).
Contra estos
directores, san Juan de la Cruz echará duras advertencias:
«Mas es tanta la mancilla y lástima que cae
en mi corazón ver volver las almas atrás, no solamente no se dejando ungir de
manera que pase la unción adelante, sino aun perdiendo los efectos de la
unción, que no tengo de dejar de avisarlas aquí acerca de esto lo que deben
hacer para evitar tanto daño, aunque nos detengamos un poco en volver al
propósito (que yo volveré luego a él), aunque todo hace a la inteligencia de la
propiedad de estas cavernas. Y por ser muy necesario, no sólo para estas almas
que van tan prósperas, sino también para todas las demás que andan en busca de
su Amado, lo quiero decir» (L 3,56).
Es importante tener en consideración la vocación a la que
está llamada la carmelita, que es vivir en la máxima unión con el Señor hasta
llegar al matrimonio espiritual, para que sus oraciones sean tan poderosas ante
Dios que, unida a Cristo, coopere a la transformación de la Iglesia y a la
redención de la humanidad. Para no frustrar este llamamiento, por el que se ha
dejado todo lo que le podía ofrecer legítimamente la vida en otro estado, debe
recordar tanto la priora como cada una de las hermanas la advertencia de la
santa Madre Teresa: «No consintamos, oh
hermanas, que sea esclava de nadie nuestra voluntad, sino del que la compró por
su sangre» (C 4,8). Para ello se debe tener una gran libertad espiritual, y
hacer lo que mejor convenga, ya que como dice san Pablo, «si con alguno tenéis deudas, que sean de amor» (Rm 13,8), este amor expresado en una oración ardiente por el
progreso espiritual del que debía ser el que dirigiera el espíritu, pero no es
posible, ya que no puede brindar la ayuda que necesita la carmelita para
progresar. En la eternidad nos agradecerá que hayamos usado de la libertad
espiritual y hayamos orado ardientemente por su progreso espiritual, ya que de
otro modo se le perjudicaría a él seriamente, ya que como dice san Juan de la
Cruz:
«Pero
éstos por ventura yerran por buen celo, porque no llega a más su saber. Pero no
por eso quedan excusados en los consejos que temerariamente dan sin entender
primero el camino y espíritu que lleva el alma, y, no entendiéndola, en
entremeter su tosca mano en cosa que no entienden, no dejándola a quien la
entienda. Que no es cosa de pequeño peso y culpa hacer a un alma perder inestimables
bienes, y a veces dejarla muy bien estragada por su temerario consejo. Y así,
el que temerariamente yerra, estando obligado a acertar, como cada uno lo está
en su oficio, no pasará sin castigo, según el daño que hizo. Porque los
negocios de Dios con mucho tiento y muy a ojos abiertos se han de tratar,
mayormente en cosa de tanta importancia y en negocio tan subido como es el de
estas almas, donde se aventura casi infinita ganancia en acertar, y casi
infinita pérdida en errar» (Ll B 3, 56).
Puede suceder otra situación que es mucho peor, y que santa
Teresa de Jesús no dejará de reflejar en Camino
de Perfección, «si en el confesor se entendiere va encaminado a alguna vanidad,
todo lo tengan por sospechoso, y en ninguna manera, aunque sean buenas
pláticas, las tengan con él, sino con brevedad confesarse y concluir. Y lo
mejor sería decir a la prelada que no se halla bien su alma con él y mudarle.
Esto es lo más acertado, si se puede hacer sin tocarle en la honra» (C
4,13).
En estos casos, «lo
más acertado será procurar hablar a alguna persona que tenga letras» (C
4,14) para no hacer daño al confesor y que no sean susceptibilidades sin
fundamento. Pero si hubiera fundamento, lo mejor es «que al principio lo atajen por todas las vías que pudieren y
entendieren con buena conciencia lo pueden hacer» (C 4,15). Ello puede
suceder no solo con una hermana, sino con la comunidad entera, por ello lo
advierte severamente: «A todas las monjas
bastaría a turbar, porque sus conciencias les dice al contrario de lo que el
confesor y si las aprietan en que tengan uno solo, no saben qué hacer ni cómo
se sosegar; porque quien lo había de quietar y remediar es quien hace el daño.
Hartas aflicciones debe haber de éstas en algunas partes. Háceme gran lástima,
y así no os espantéis ponga mucho en daros a entender este peligro» (C 4,
16).
Cultivar
la invocación y el amor a Dios Trinidad
A Dios vamos por el
conocimiento y el amor[5].
Para que pueda haber vida trinitaria, es necesario que cultivemos la invocación
y el amor a Dios Trinidad. Se constata en nuestros Santos rezando con fe y
devoción el símbolo atribuido a san Atanasio, también llamado el símbolo
“Quicumque”[6],
profesión de fe trinitaria muy amada por la Iglesia desde antiguo que se
recitaba en el oficio divino, se inicia en ellos conscientemente vida
trinitaria. Lo vemos en santa Teresa de Jesús: “Estando una vez rezando el
salmo de Quicumque vult, se me dio a entender la manera cómo era un solo Dios y
tres Personas tan claro, que yo me espanté y consolé mucho. Hízome grandísimo
provecho para conocer más la grandeza de Dios y sus maravillas, y para cuando
pienso o se trata de la Santísima Trinidad, parece entiendo cómo puede ser, y
esme mucho contento” (V 39, 25).
Catalina Pazzi, la
futura santa Magdalena de Pazzi, siendo muy niña, cuando apenas había aprendido
a leer, en un libro encuentra el símbolo atribuido a san Atanasio, y se queda
captivada por esta frase: “Quien quiera salvarse, es necesario que venere a un
solo Dios en la Trinidad, y la Trinidad en la unidad”[7].
La luz que recibe en este día llenará
su inteligencia y su corazón y la acompañará toda su vida. El sublime misterio
de la Santísima Trinidad será para siempre la base de su vida interior.
Una vez nuestros santos se han sentido
atraídos por la Santísima Trinidad, nunca dejan de cultivar esta vida
trinitaria para que se vaya integrando cada vez más en su vida espiritual. Ello
lo vemos en Santa Teresa de Jesús, “Esta presencia de las tres Personas, he
traído hasta hoy [...] presentes en mi alma muy ordinario, y como yo estaba
mostrada a traer sólo a Jesucristo siempre, parece me hacía algún impedimento
ver tres Personas, aunque entiendo es un solo Dios” (CC 18). Del cultivo de
esta vida trinitaria hasta el fin de sus días, tenemos el testimonio
excepcional que nos dan sus Cuentas de Conciencia.
Desde su niñez cuando queda impresionada por
la confesión trinitaria del símbolo Quicumque hasta el fin de su vida, santa
Magdaleza de Pazzi diversas veces al día hará actos de adoración y ofrecimiento
a la Trinidad. Cada vez que se inclinaba en el Oficio Divino en el “Gloria
Patri” ofrecía su vida a la Santísima Trinidad[8].
Rezaba el Oficio Divino en profundo recogimiento, consideraba que, a pesar de
su indignidad, había sido admitida junto con sus hermanas de comunidad a cantar
las alabanzas de Dios, y rezar el Oficio Divino en el coro era hacerlo al pie
del trono de la Santísima Trinidad[9].
Lo poco que sabemos de la autobiografía
espiritual de san Juan de la Cruz, también lo corrobora. Impactado por la
contemplación del amor con que Dios Trinidad había creado la humanidad,
precisamente en la cárcel de Toledo, donde su dignidad humana es pisoteada al
máximo, de su alma de poeta brota el romance “In principio erat Verbum”. El
resto de su vida será una adoración constante de la Trinidad. Decía de sí mismo
“que la ordinaria presencia de Dios nuestro Señor que traía, era traer su alma
dentro de la Santísima Trinidad y que en compañía de aquel misterio de las tres
Divinas Personas le iba muy bien a su alma” (BMC 14, 196). A una de sus
dirigidas, Ana de san Alberto, manifestó: “Yo, hija, traigo siempre mi alma
dentro de la Santísima Trinidad, y allí quiere mi señor Jesucristo que yo la
traiga” (BMC 13, 402).
Frutos
espirituales de la vida trinitaria
Los frutos de ser introducida en el centro del
alma y ser transformada por la presencia de las Tres divinas Personas, produce
olvido de sí, solo se busca la honra y la gloria de Dios, de la suya propia de
ella ya se encarga el mismo Dios. El deseo de servir en todo a Dios,
abandonarse a su voluntad, caridad para con todos, ante todo con los que le persiguen
y procurar hacerles bien. Vivir para servir al Señor. Buscará la soledad
interior, para estar en tan divina compañía que son las tres divinas Personas,
o estar ocupada en servir a los demás, solo en aquello que Dios quiere, no se
cae en el activismo, pues solo se tiene una voluntad, la de Dios.
Con la compañía de las tres divinas Personas, la persona
queda fortalecida, pues participa de la fortaleza de Dios. Fortaleza que
necesitará, pues participará de un modo más profundo en la cruz de Jesucristo,
siempre determinado a servirle con toda determinación.
El matrimonio espiritual no es una gracia para gozar de
Dios, sino para tener fuerzas para mejor servir. Por ello nos dice santa Teresa
de Jesús, al final del libro de Las Moradas, “Para esto es la oración,
hijas mías; de esto sirve este matrimonio espiritual: de que nazcan siempre
obras, obras” (7M 4, 6). La más importante obra “es que de todas las maneras
que pudiéremos lleguemos almas para que se salven y siempre le alaben” (7M 4,
12). No individualmente sino colectivamente, pues mientras nuestros hermanos y
hermanas “fueren mejores, más agradables serán sus alabanzas al Señor y más
aprovechará su oración a los prójimos” (7M 4, 15). Una oración de alabanza y
petición.
Vivir vida
trinitaria alcanza bendición para la Iglesia y la humanidad
Nos dice san Ignacio en el inicio de los ejercicios
espirituales: “El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a
Dios nuestro Señor”. Este es el fin de su existencia en la tierra. Si siempre
debemos tender a alabar y reverenciar a la Santísima Trinidad para servirla, lo
debemos procurar con un cuidado exquisito cuando en la Iglesia y en la
humanidad hay situaciones de gran pecado. Pues consolamos a Dios Trinidad, ya
que en nosotros se hace realidad el motivo fundamental por el cual fuimos
creados, que la Santísima Trinidad pudiera difundir su vida divina en el ser
humano.
En el tiempo histórico
de Santa Isabel de la Trinidad, en su propia diócesis, se originó un conflicto
gravísimo, y ella se encontraba en medio del conflicto. El obispo de la
diócesis de Dijon, Mons. Le Nordez, se había mostrado benevolente con ella,
había presidido la ceremonia de su toma de hábito. Pero hay una creciente
aversión de sus diocesanos hacia él, algunos le acusan de masón, era
republicano, falto de prudencia. Los seminaristas, entre los que se encontraba
el cuñado de su hermana, André Chevignard, rehúsan recibir órdenes sagradas del
obispo, que no había admitido a algunos. Muchas familias rehúsan enviar a sus
hijos a la catedral para ser confirmados por Mons. Le Nordez. El Carmelo de
Dijon se suma a este ambiente negativo hacia el Obispo, y eligieron para la
toma de velo de sor Isabel de la Trinidad una fecha en que el Obispo estuviera
ausente de la diócesis. Mons. Le Nordez fue llamado a Roma por Pío X. Esta
llamada de Roma fue uno de los motivos de la ruptura de relaciones diplomáticas
con la Santa Sede por parte de la República francesa[10].
Una de las consecuencias fue que todos los bienes de la Iglesia en Francia le
fueron sustraídos por el Estado.
Sor Isabel de la Trinidad era consciente de
ello, pero ella guarda silencio interior, ella confía al Señor su Carmelo, la
Iglesia en Francia, por la que se ofrece como víctima. A semejanza de la Virgen
María[11],
sor Isabel era un oasis en medio de un gran conflicto, donde la Santísima
Trinidad será amada, reverenciada y acogida. Cristificada por la acción del
Espíritu Santo, el Padre puede contemplar en ella los rasgos de su Hijo, siendo
Jesús en ella pura receptibilidad de su amor. Isabel vivirá una relación vital
con el Padre, Hijo y Espíritu Santo y con las tres Personas a la vez.
La Santa de Dijon es un
ejemplo para todos nosotros, para que en nuestra humanidad y en los hijos de la
Iglesia donde no falta el pecado, seamos un oasis donde se cumpla en nosotros
el motivo por el cual fue creada la humanidad, reverenciando, alabando y amando
a la Santísima Trinidad, y así alcanzaremos gracia y misericordia para nuestro
tiempo histórico y para el futuro, como en otro tiempo Noé lo alcanzó para la
humanidad antigua.
Notas
[2] En la
espiritualidad de Teresa será de capital importancia la valoración absoluta de
la Humanidad de Jesús y de su presencia en todo el proceso de la vida
espiritual. Habla de ello en Vida, cap. 22 y Moradas sextas cap.
7. Cf. Tomás Álvarez, “Jesucristo
en la vida y la enseñanza de Teresa” en Diccionario de Santa Teresa de
Jesús, Ed. Monte Carmelo, Burgos 2001, 852-855.
[4] Citado
por María H. de la Santa Daz, O.P.
“20 de mayo. Santa María Magdalena de Pazzis” en L. Echevarría, Año
Cristiano III, BAC, Madrid, 1959, n. 185, 469-471.
[5] Con
frecuencia los teólogos admiten que el conocimiento y el amor son factores
necesarios en la inhabitación. Santo Tomás es uno de los teólogos que defiende
la necesidad de ir a Dios por el conocimiento y el amor. R. Moretti da razón de
ello: «Ya que difícilmente se podría concebir una presencia que llevara a la
comunión del hombre, ser intelectual y espiritual, con las divinas Personas,
prescindiendo de aquello que constituye la específica vida de la criatura, es
decir el conocimiento y el amor» (R. Moretti,
«L’inabitazione trinitaria», 116).
[6] Recibe
este nombre, por ser la primera palabra con el que se inicia este símbolo o
profesión de fe.
[7] Símbolo
de san Atanasio o el símbolo Quicumque.
[8] Summarium,
46v. citado por Rafael Mª López Melús,
María Magdalena de Pazzi. Recordando un
centenario, 104.
[10] Cf. Isabel de la Trinidad, Obras Completas, Ed. de Espiritualidad,
Madrid 1986, 634.
[11] A María de Nazaret, madre de Jesús el Mesías, le tocó
vivir en uno de los períodos más oscuros de Judea, a causa de la brutalidad del
rey Herodes el Grande. Este no solo hizo matar a recién nacidos para que nadie
pudiera apartarle del poder, sino que incluso hizo ejecutar a diversos miembros
de su familia, entre ellos a su mujer.