lunes, 8 de junio de 2020

¿Qué podemos aprender de la vida trinitaria de los Santos del Carmelo?



De las muchas enseñanzas que podemos extraer del testimonio y de la doctrina que nos dan los Santos del Carmelo sobre la vida trinitaria, balbucimos algunas de ellas.

     Invocar a la Virgen María y a  san José, maestros de oración 


El camino arduo de despojo para ser ingresados en la vida trinitaria, no lo podemos hacer solos, además de la acción del Espíritu, por divino beneplácito, nos acompaña la intercesión constante de la Virgen María y San José, que, con verdadero amor materno y paterno, como maestros en la vida de oración, nos ayudan en todo momento para que este proceso llegue a buen término. Este es uno de los sentidos principales de las palabras dichas por Jesús a Teresa “a una puerta nos guardaría él (san José) y nuestra Señora la otra” (V 32,11).
Ello ya ha sido vivido en primer lugar por la madre Teresa. Nos dice en el libro de la Vida, “Acuérdome que cuando murió mi madre (…) afligida fuime a una imagen de nuestra Señora y supliquéla fuese mi madre, con muchas lágrimas. Paréceme que, aunque se hizo con simpleza, que me ha valido; porque conocidamente he hallado a esta Virgen soberana en cuanto me he encomendado a ella y, en fin, me ha tornado a sí” (V 1, 7). “Y tomé por abogado y señor al glorioso San José y encomendéme mucho a él. Vi claro que así de esta necesidad como de otras mayores de honra y pérdida de alma este padre y señor mío me sacó con más bien que yo le sabía pedir. No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado Santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma” (V 6, 6).
Como vemos, tanto la Virgen María como san José han ayudado a la monja carmelita Dña. Teresa de Ahumada a retornar a la intimidad con Dios y a vivir la vocación orante que ha profesado en el Carmelo. Hasta preguntarse “qué podría hacer por Dios. Y pensé que lo primero era seguir el llamamiento que Su majestad me había hecho a religión, guardando mi Regla con la mayor perfección que pudiese” (V 32,9).
Este testimonio de la Santa madre Teresa de Jesús nos enseña que desde el momento espiritual en el que nos hallamos, sea de desaliento, acedia, incluso de infidelidad, si invocamos constantemente a la Virgen María y san José para que nos ayuden a vivir la vocación del Carmelo que hemos recibido del Espíritu, ellos nos sacarán a buen puerto, hasta poder vivir vida trinitaria de modo que nuestra vida sea profundamente fecunda, participando del gozo y la paz que Cristo nos ha prometido a los que le somos fieles.

     La vida trinitaria es para todos los bautizados


En ello insistirá san Juan de la Cruz, las riquezas que hay en la visión de la Trinidad, que ya se empiezan a gozar en esta vida terrena, no son para almas extraordinarias, sino que Dios las concede a todos, pues no hace acepción de personas, lo da “doquiera que halla lugar” (Ll B 1, 15), pues sus deleites es con los hijos de los hombres (cf. Prov 8, 31). Dios Trinidad entra en contacto con los hombres y los purifica, les ayuda en su lucha contra el mal, los transforma y los lleva a nueva vida de hijos en el Hijo por el Espíritu Santo y para gloria del Padre. Para combatir a los que piensan bajamente de Dios, testificará:
“Y no hay que maravillar que haga Dios tan altas y extrañas mercedes a las almas que él da en regalar; porque si consideramos que es Dios, y que se las hace como Dios, y con infinito amor y bondad, no nos parecerá fuera de razón; pues él dijo (Jn. 14, 23) que en el que le amase vendrían el Padre, Hijo y Espíritu Santo, y harían morada en él; lo cual había de ser haciéndole a Él vivir y morar en el Padre, Hijo y Espíritu Santo en vida de Dios” (Ll B prol 2),
“Y no es de tener por increíble que a un alma ya examinada, purgada y probada en el fuego de tribulaciones y trabajos y variedad de tentaciones, y hallada fiel en el amor, deje de cumplirse en esta fiel alma en esta vida lo que el Hijo de Dios prometió (Jn. 14, 23), conviene a saber: que si alguno le amase, vendría la Santísima Trinidad en él y moraría de asiento en él; lo cual es ilustrándole el entendimiento divinamente en la sabiduría del Hijo, y deleitándole la voluntad en el Espíritu Santo, y absorbiéndola el Padre poderosa y fuertemente en el abrazo abismal de su dulzura” (Ll B 1, 15).
Por ello exclamará “¡Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas!, ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis?” (CB 39, 7).

     Cuando un alma se levanta por el Espíritu, levanta el mundo


La inhabitación divina no es un rasgo carismático, que solo le es concedido a unos agraciados, sino que es un don que se da a todo cristiano que vive en una fidelidad constante a Jesucristo, cumpliendo siempre su voluntad. Como hemos visto, los primeros eremitas latinos del monte Carmelo, como primicias de la gran Orden del Carmelo, pudieron vivir vida trinitaria.
Pero el conocimiento escrito que poseemos de esta vida trinitaria lo tenemos en santa Teresa de Jesús. Gracias a la abundante misericordia de Dios para con ella, que dejándose vencer por su Amor, consideró que su respuesta no podía ser otra que seguir con toda perfección la Regla profesada en el Carmelo. A partir de esta decisión, una fuente caudalosa de vida trinitaria del que tenemos testimonio escrito, enriquece a la Iglesia.
Vemos cómo, a partir de Teresa de Jesús, tenemos el testimonio de la vida trinitaria de san Juan de la Cruz, de santa Magdalena de Pazzi. Después de un intervalo de un ambiente eclesial que se podría considerar glacial (molinismo, quietismo, jansenismo) que dificultaba que se diera esta vida trinitaria, el beato Francisco Palau inició un nuevo tiempo eclesial reparando la justicia divina con el ofrecimiento de la sangre de Cristo, para que Dios Trinidad tuviera misericordia de la Iglesia y de la humanidad, santa Teresa del Niño Jesús desbrozó el camino para tener las actitudes que hacen posible la inhabitación de la Trinidad, y oró para que Dios Trinidad fuera amado como ella lo amaba. Le seguirá santa Isabel de la Trinidad, que ya podrá mostrar la gran riqueza de la vida trinitaria a la Iglesia. Al poco tiempo la vida trinitaria vivida desde el inicio de la vida espiritual será realidad en santa Teresa de los Andes…
Con los datos que poseemos, quizás podamos afirmar que la vida trinitaria de los frailes ha sido alumbrada por la oración de las carmelitas descalzas, o al menos la ha intensificado. Así lo vemos en san Juan de la Cruz, la oración constante de la madre Teresa de Jesús, las monjas de la Encarnación y de san José por la liberación de la cárcel conventual de Toledo, le alcanzaron grandes gracias de Dios para que el prolongado encerramiento en tan penosa situación no le destruyera psicológicamente y espiritualmente, y le ayudara a ahondar en la contemplación del misterio de la Trinidad, en el amor con que ha creado la humanidad, cuando su dignidad humana estaba profundamente machada.
El beato Francisco Palau, después de pedir mucha oración a personas conocidas, no es de extrañar que pidiera oraciones a las carmelitas descalzas de Palma (Mallorca), a las que predicó ejercicios espirituales. A los pocos días tendría lugar la experiencia mística al final de la misión dada en Ciutadella (Menorca), en que el Padre eterno le da a la Iglesia como hija. A partir de entonces salió del ascetismo para ingresar en la vida mística que colmaría en la vida trinitaria.
 En la Orden del Carmen Teresiano, las carmelitas descalzas tienen la misión de “madres” de ayudar a toda la familia del Carmelo, a que cada uno de los miembros corresponda a la gracia de la vocación que culmina en vida trinitaria.

Según la fe de la Iglesia


San Juan de la Cruz nos insta a no escudriñar el misterio de la Trinidad, atenernos a la doctrina de la Iglesia y ahondar en ella. Para el amor a Dios, ya es suficiente saber que Dios es Uno y Trino. Tal como nos propone la fe de la Iglesia así es: “Porque es tanta la semejanza que hay entre ella y Dios, que no hay otra diferencia sino ser visto Dios o creído. Porque, así como Dios es infinito, así ella nos le propone infinito; y así como es Trino y Uno, nos le propone ella Trino y Uno” (2S 9,1); La doctrina sanjuanista es el canto de exultación de quien se huelga de conocer a Dios como es, pues la fe nos lo propone Trino y uno.
 Él no busca explorar nuevos modos de explicar el misterio de la Santísima Trinidad, sino la relación de amor que la Trinidad establece con la criatura, y la transformación que se opera en la vida personal y teologal del creyente. Pues la inhabitación trinitaria transforma al hombre radical e íntimamente. Es la Santísima Trinidad la que troca la muerte del hombre viejo en nueva vida. No es solo la rectitud o perfeccionamiento moral, sino que el hombre participa de la vida divina con el deseo de amar a Dios Trinidad como es amado por Él.
Para san Juan de la Cruz no se puede imaginar la unión del alma con Dios sin la fe en Dios creador, sin el proyecto de la redención de Cristo, sin la encarnación, sin el Espíritu Santo dado a la Iglesia y derramado como amor en los corazones. Pero tampoco sin el amor que une al creyente con Dios. Ni sin la esperanza firme que le hace ser paciente en las purificaciones del sentido y del espíritu, pues el despliegue de la vida trinitaria es el extremo final del camino espiritual. La vida teologal (fe, esperanza y caridad) es el único camino de acceso al conocimiento, trato y amor de la Trinidad.

      Es Jesucristo quien nos introduce en la vida intratrinitaria

Ante las ideas que existían en su tiempo, de unirse con Dios prescindiendo de la humanidad de Jesucristo, santa Teresa será defensora acérrima de la necesidad de hacerlo por medio de la humanidad de Cristo. Ello nos es explicado con gran profundidad teológica por el beato María Eugenio del Niño Jesús:

“En la Santísima Trinidad, la generación del Verbo —esplendor del Padre que se refleja perfec­tamente en el espejo luminoso y límpido que es su Hijo—, la procesión del Espíritu Santo —esta ins­piración común al Padre y al Hijo en torrentes in­finitos de amor, que constituyen la Tercera Perso­na—, se realizan en el seno de la Trinidad en medio del silencio y de la paz de la inmutabilidad divina, en un eterno presente que no conoce sucesión. Ningún movimiento, ningún cambio, ni el soplo más ligero, indica al mundo ni a los más agudos sentidos de las criaturas este ritmo de la vida tri­nitaria, de poder y efectos infinitos.
 Frente a esta inmovilidad y este silencio eternos, que encubren el secreto de la vida íntima de Dios, exclama el salmista: Tu autem ídem es: «Tú, Señor, eres siempre el mismo», mientras el mundo cam­bia continuamente de apariencia. Es preciso aguardar a la visión cara a cara para entrar perfectamente en la paz e inmutabilidad divinas”[1].

 El hombre, a diferencia de los otros seres creados, ha sido creado a imagen de Dios, para que pueda establecer desde la libertad una relación de amor con el Creador. Es Cristo el camino por el cual nosotros, por medio del Espíritu Santo, somos ingresados en la vida intratrinitaria. Por ello santa Teresa no dejará de denunciar a los que quieran unirse con la divinidad dejando de lado la humanidad de Jesucristo, este no es buen camino, pues no podemos ir al Padre sino por medio de Jesucristo[2]. El beato María Eugenio nos profundiza en las razones esbozadas por la fundadora del Carmelo Descalzo.

“Santa Teresa nos recomienda dirigirnos al Verbo encarnado en esta Trinidad santísima, cuyas tres Personas obran en nosotros mediante una operación única y, en consecuencia, común. La razón de ello estriba en que nuestra participación en la vida divina por la gracia no hace de nosotros simples espectadores de las operaciones de esta vida, sino que nos hace entrar realmente en el movimiento de la vida trinitaria. Esta participación activa e íntima no puede realizarse en concepto de personas sobreaña­didas, porque la Trinidad es inmutable en su perfec­ción infinita. Tan sólo es posible tal participación me­diante una adopción por parte de una de las tres Personas y una identificación que nos permita, por la participación de sus operaciones propias, aden­trarnos en el ritmo eterno de las Tres.
 Esa Persona es el Verbo encarnado, que ha descendido hasta nosotros, nos ha salvado, purificado, adoptado e identificado con Él, para hacernos entrar como hijos con Él en el seno de la Santísima Trinidad, participar así de sus esplendores y operaciones del Verbo y asegurarnos su herencia de gloria y felicidad por la donación del mismo Padre y del mismo Espíritu. Tan solo por Él, en Él y con Él podremos vivir nuestra vida sobrenatural. Somos para Cristo y Cristo para Dios.
No pretextemos, para alejarnos de Jesús, nuestro atractivo particular por el Padre o el Espíritu Santo, pues no podemos ser hijos del Padre, sino mediante la unión con Cristo, su único Hijo; y el Espíritu Santo no puede habitar en nosotros, sino por nuestra identificación con el Verbo, del que el Espíritu procede al mismo tiempo que del Padre. El mismo Cristo es también quien nos da a María, y de Él solamente procede el verdadero espíritu filial hacia aquella que es nuestra Madre, por ser Madre suya. En Cristo igualmente está la Iglesia y, en consecuen­cia, las almas todas.
La oración de recogimiento, al adherirnos a Cristo, nos coloca en nuestro propio lugar, nos descubre todas nuestras riquezas, nos fija en Aquel que es todo y todo nos da en el orden sobrenatural”[3].

La necesidad de cultivar la limpieza del corazón 



Jesús en las bienaventuranzas nos dice “Dichosos los de corazón limpio, porque verán a Dios [Trinidad]” (Mt 5, 8). Santa María Magdaleza de Pazzi no solo vivirá esta realidad, sino que profundizará en su sentido profundo, Ella buscaba siempre tener una gran pureza de conciencia, y no dejaba de denunciar lo nefasto que es el amor propio para la vida espiritual, “¡Jesús mío!, dame voz potente que la oiga el mundo entero: nuestro amor propio es el que nos ofusca vuestro conocimiento…. El amor propio que es el contrario al vuestro, Señor… ¡Amor, haz que las criaturas no amen otra cosa que a ti!” Por ello sor María Magdalena insistirá en la pureza, que significaba la desnudez total de la propia voluntad; la inmolación absoluta del propio yo, del juicio y parecer propio, de todo deseo y satisfacción. Procuraba tal limpieza de conciencia que se cumplía en ella la bienaventuranza: “los limpios de corazón verán a Dios” Esta limpidez de espíritu la subió pronto a una oración que le era habitual: “Tener gusto en gozarme y complacerme de los atributos divinos..., gozarme de la comunicación que tienen entre sí las tres divinas Personas..., regocijarme en el amor infi­nito con que Dios se ama a Sí mismo... Ofrecerme a mí misma a Dios con toda aquella perfección que Él quiere que tenga”[4].
De hecho, no se entra en la profundización de Dios como Trinidad si no hay un corazón limpio de toda impureza, desapego de todo lo que no es Dios, pureza de intención respecto al prójimo, búsqueda de solo la gloria de Dios, una fe límpida de toda idea extraña al Evangelio, algo que Jesús ya decía a los discípulos en la última cena, intención, de amor, pureza en la fe. No hay comprensión interior de Dios Trinidad si no existe en nosotros una pureza de intención,
El permitir ser lavado por el Espíritu de Jesús hasta ser limpio de toda impureza, sea moral o espiritual. Debe haber una fe íntegra en el mensaje que Él nos ha revelado,

    Necesidad de la dirección espiritual
    
Santa Teresa Benedicta de la Cruz decía que vivir en el Carmelo es «vivir en el santuario más íntimo de la Iglesia» (Cta. 27.8.1933). Sus miembros son llamados a vivir la más alta vida espiritual, no solo para extasiarse contemplando la belleza de Dios, o dialogar con el Amigo que nunca falla, sino también para dejarse transformar por el Espíritu Santo en Cristo intercesor, de modo que sea Jesús en la carmelita quien suplique al Padre para que la humanidad acoja la redención de Cristo, por las necesidades esenciales de la Iglesia.
Le es tan preciada a Dios la oración de quien intercede por la Iglesia que el Espíritu Santo, para acelerar la conformación con Cristo intercesor, mientras la carmelita ora por la Iglesia, puede suscitar en su interior gracias místicas de distinta índole. Necesita esta de un director espiritual para que pueda interpretar lo que le acontece, le ayude a descubrir el valor de las mismas y su significado, la oriente hacia la unión con Dios, para que acontezca en ella la unión transformante o matrimonio espiritual. En otras, el Espíritu Santo las llevará por caminos de oscuridad, sequedad, noches interiores. También ella necesita del director espiritual para que le dé luz, y le ayude a comprender la acción del Espíritu Santo, para que no se sienta abandonada de Dios, y no abandone la vida de oración, incluso no se desespere, sino que siga adelante hasta la cumbre del amor, y se dé en ella también la unión transformante.
Como a estas alturas está destinada a vivir la carmelita a participar de la intimidad con Dios de la Virgen María y el profeta Elías, necesita forzosamente un director espiritual. Este es el pensamiento de santa Teresa de Jesús, por mucho que sufriera con directores poco letrados. Ella querrá poner las bases para asegurar que sus hermanas, cuando fue priora de la Encarnación, y sus hijas tengan una buena dirección espiritual. Estas bases las expone en los capítulos cuatro y cinco del Camino de Perfección.
San Juan de la Cruz se dedicó abnegadamente a la dirección espiritual. Él consideraba que era absolutamente necesario para todos el guía, pues nadie sería capaz por sí solo de caminar sin equivocarse. Dirá en Dichos de luz y de amor:

«El que solo se quiere estar, sin arrimo de maestro y guía, será como el árbol que está solo y sin dueño en el campo, que, por más fruta que tenga, los viadores se la cogerán y no llegará a sazón. El árbol cultivado y guardado con el beneficio de su dueño, da la fruta en el tiempo que de él se espera. El alma sola, sin maestro, que tiene virtud, es como el carbón encendido que está solo: antes se irá enfriando que encendiendo. El que a solas cae, a solas se está caído y tiene en poco su alma, pues de sí solo la fía. Pues no temes el caer a solas, ¿cómo presumes de levantarte a solas? Mira que más pueden dos juntos que uno solo. El que cargado cae, dificultosamente se levantará cargado. Y el que cae ciego, no se levantará ciego solo; y, si se levantare solo, encaminará por donde no conviene» (cap.1, 5-11).

 San Juan de la Cruz considerará que sin un buen maestro es muy difícil llegar a la perfección; con un mal maestro es muy fácil extraviarse o paralizarse, y en este tema de gran trascendencia ha de mirarse cuidadosamente «porque los negocios de Dios con mucho tiento y muy a ojos abiertos se han de tratar» (Ll 3,56).
Ve san Juan de la Cruz al “director espiritual” como el valioso instrumento dispuesto por Dios para llevar más pronto y más fácilmente al encuentro con el Amado. Por ello se muestra tremendamente exigente con aquellos directores que entorpecen y estropean el camino de las almas.
Las reflexiones sobre el mal maestro están recogidas en Llama de amor viva: los números treinta al sesenta y dos de la canción tercera. No es un desahogo ni un enfado momentáneo el que refleja este pequeño tratado sobre la dirección espiritual que hay en el interior de Llama de amor viva, es más que eso. Es el reco­nocimiento del papel trascendental que desempeña el maestro en el dinamismo de la vida cristiana. Ello se puede reconocer en las palabras con que introduce el tema: «El alma que quiere ir adelante» (L 3, 30). Dos reflexiones, añade, además: la delicadeza de estos negocios y el influjo que ejerce el maestro. «Los negocios de Dios con mucho tien­to y muy a ojos abiertos se han de tratar» (L 3,56). «Cual fuere el maes­tro, tal será el discípulo» (L 3, 30). Por eso hablará de «muchos maestros espirituales que hacen mucho daño a muchas almas» (L3, 31). Es decir, él ve la necesidad de maestro, pero a la vez denuncia los estragos causados por los malos maestros, con sus severas advertencias no desea sino que haya buenos directores de espíritu.
San Juan de la Cruz da como advertencia «a las almas que Dios llega a estas delicadas unciones, que miren lo que hacen y en cuyas manos se ponen, porque no vuelvan atrás» (Ll B 3,27). Santa Teresa de Jesús instará a sus hijas y a todos los que inician camino de oración, «aunque en este primer estado es menester irse más deteniendo y atados a la discreción y parecer de maestro; mas han de mirar que sea tal, que no los enseñe a ser sapos, ni que se contente con que se muestre el alma a sólo cazar lagartijas. ¡Siempre la humildad delante, para entender que no han de venir estas fuerzas de las nuestras!» (V 13,3).
Si el confesor retiene a la dirigida en el primer estadio de la vida espiritual, es decir en el ascetismo, cuando el Espíritu Santo la conduce a la unión transformante, le provocará mucho sufrimiento y hará estragos en su espíritu, de ello habla por experiencia propia y ajena:

«Ha menester aviso el que comienza, para mirar en lo que aprovecha más. Para esto es muy necesario el maestro, si es experimentado; que si no, mucho puede errar y traer un alma sin entenderla ni dejarla a sí misma entender; porque, como sabe que es gran mérito estar sujeta a maestro, no osa salir de lo que le manda. Yo he topado almas acorraladas y afligidas por no tener experiencia quien las enseñaba, que me hacían lástima, y alguna que no sabía ya qué hacer de sí; porque, no entendiendo el espíritu, afligen alma y cuerpo, y estorban el aprovechamiento. Una trató conmigo, que la tenía el maestro atada ocho años había a que no la dejaba salir de propio conocimiento, y teníala ya el Señor en oración de quietud, y así pasaba mucho trabajo» (V 13,14).

Contra estos directores, san Juan de la Cruz echará duras advertencias:

«Mas es tanta la mancilla y lástima que cae en mi corazón ver volver las almas atrás, no solamente no se dejando ungir de manera que pase la unción adelante, sino aun perdiendo los efectos de la unción, que no tengo de dejar de avisarlas aquí acerca de esto lo que deben hacer para evitar tanto daño, aunque nos detengamos un poco en volver al propósito (que yo volveré luego a él), aunque todo hace a la inteligencia de la propiedad de estas cavernas. Y por ser muy necesario, no sólo para estas almas que van tan prósperas, sino también para todas las demás que andan en busca de su Amado, lo quiero decir» (L 3,56).

Es importante tener en consideración la vocación a la que está llamada la carmelita, que es vivir en la máxima unión con el Señor hasta llegar al matrimonio espiritual, para que sus oraciones sean tan poderosas ante Dios que, unida a Cristo, coopere a la transformación de la Iglesia y a la redención de la humanidad. Para no frustrar este llamamiento, por el que se ha dejado todo lo que le podía ofrecer legítimamente la vida en otro estado, debe recordar tanto la priora como cada una de las hermanas la advertencia de la santa Madre Teresa: «No consintamos, oh hermanas, que sea esclava de nadie nuestra voluntad, sino del que la compró por su sangre» (C 4,8). Para ello se debe tener una gran libertad espiritual, y hacer lo que mejor convenga, ya que como dice san Pablo, «si con alguno tenéis deudas, que sean de amor» (Rm 13,8), este amor expresado en una oración ardiente por el progreso espiritual del que debía ser el que dirigiera el espíritu, pero no es posible, ya que no puede brindar la ayuda que necesita la carmelita para progresar. En la eternidad nos agradecerá que hayamos usado de la libertad espiritual y hayamos orado ardientemente por su progreso espiritual, ya que de otro modo se le perjudicaría a él seriamente, ya que como dice san Juan de la Cruz:

«Pero éstos por ventura yerran por buen celo, porque no llega a más su saber. Pero no por eso quedan excusados en los consejos que temerariamente dan sin entender primero el camino y espíritu que lleva el alma, y, no entendiéndola, en entremeter su tosca mano en cosa que no entienden, no dejándola a quien la entienda. Que no es cosa de pequeño peso y culpa hacer a un alma perder inestimables bienes, y a veces dejarla muy bien estragada por su temerario consejo. Y así, el que temerariamente yerra, estando obligado a acertar, como cada uno lo está en su oficio, no pasará sin castigo, según el daño que hizo. Porque los negocios de Dios con mucho tiento y muy a ojos abiertos se han de tratar, mayormente en cosa de tanta importancia y en negocio tan subido como es el de estas almas, donde se aventura casi infinita ganancia en acertar, y casi infinita pérdida en errar» (Ll B 3, 56).

Puede suceder otra situación que es mucho peor, y que santa Teresa de Jesús no dejará de reflejar en Camino de Perfección, «si en el confesor se entendiere va encaminado a alguna vanidad, todo lo tengan por sospechoso, y en ninguna manera, aunque sean buenas pláticas, las tengan con él, sino con brevedad confesarse y concluir. Y lo mejor sería decir a la prelada que no se halla bien su alma con él y mudarle. Esto es lo más acertado, si se puede hacer sin tocarle en la honra» (C 4,13).
En estos casos, «lo más acertado será procurar hablar a alguna persona que tenga letras» (C 4,14) para no hacer daño al confesor y que no sean susceptibilidades sin fundamento. Pero si hubiera fundamento, lo mejor es «que al principio lo atajen por todas las vías que pudieren y entendieren con buena conciencia lo pueden hacer» (C 4,15). Ello puede suceder no solo con una hermana, sino con la comunidad entera, por ello lo advierte severamente: «A todas las monjas bastaría a turbar, porque sus conciencias les dice al contrario de lo que el confesor y si las aprietan en que tengan uno solo, no saben qué hacer ni cómo se sosegar; porque quien lo había de quietar y remediar es quien hace el daño. Hartas aflicciones debe haber de éstas en algunas partes. Háceme gran lástima, y así no os espantéis ponga mucho en daros a entender este peligro» (C 4, 16).

     Cultivar la invocación y el amor a Dios Trinidad


A Dios vamos por el conocimiento y el amor[5]. Para que pueda haber vida trinitaria, es necesario que cultivemos la invocación y el amor a Dios Trinidad. Se constata en nuestros Santos rezando con fe y devoción el símbolo atribuido a san Atanasio, también llamado el símbolo “Quicumque”[6], profesión de fe trinitaria muy amada por la Iglesia desde antiguo que se recitaba en el oficio divino, se inicia en ellos conscientemente vida trinitaria. Lo vemos en santa Teresa de Jesús: “Estando una vez rezando el salmo de Quicumque vult, se me dio a entender la manera cómo era un solo Dios y tres Personas tan claro, que yo me espanté y consolé mucho. Hízome grandísimo provecho para conocer más la grandeza de Dios y sus maravillas, y para cuando pienso o se trata de la Santísima Trinidad, parece entiendo cómo puede ser, y esme mucho contento” (V 39, 25).
Catalina Pazzi, la futura santa Magdalena de Pazzi, siendo muy niña, cuando apenas había aprendido a leer, en un libro encuentra el símbolo atribuido a san Atanasio, y se queda captivada por esta frase: “Quien quiera salvarse, es necesario que venere a un solo Dios en la Trinidad, y la Trinidad en la unidad”[7]. La luz que recibe en este día llenará su inteligencia y su corazón y la acompañará toda su vida. El sublime misterio de la Santísima Trinidad será para siempre la base de su vida interior.
 Una vez nuestros santos se han sentido atraídos por la Santísima Trinidad, nunca dejan de cultivar esta vida trinitaria para que se vaya integrando cada vez más en su vida espiritual. Ello lo vemos en Santa Teresa de Jesús, “Esta presencia de las tres Personas, he traído hasta hoy [...] presentes en mi alma muy ordinario, y como yo estaba mostrada a traer sólo a Jesucristo siempre, parece me hacía algún impedimento ver tres Personas, aunque entiendo es un solo Dios” (CC 18). Del cultivo de esta vida trinitaria hasta el fin de sus días, tenemos el testimonio excepcional que nos dan sus Cuentas de Conciencia.
 Desde su niñez cuando queda impresionada por la confesión trinitaria del símbolo Quicumque hasta el fin de su vida, santa Magdaleza de Pazzi diversas veces al día hará actos de adoración y ofrecimiento a la Trinidad. Cada vez que se inclinaba en el Oficio Divino en el “Gloria Patri” ofrecía su vida a la Santísima Trinidad[8]. Rezaba el Oficio Divino en profundo recogimiento, consideraba que, a pesar de su indignidad, había sido admitida junto con sus hermanas de comunidad a cantar las alabanzas de Dios, y rezar el Oficio Divino en el coro era hacerlo al pie del trono de la Santísima Trinidad[9].
 Lo poco que sabemos de la autobiografía espiritual de san Juan de la Cruz, también lo corrobora. Impactado por la contemplación del amor con que Dios Trinidad había creado la humanidad, precisamente en la cárcel de Toledo, donde su dignidad humana es pisoteada al máximo, de su alma de poeta brota el romance “In principio erat Verbum”. El resto de su vida será una adoración constante de la Trinidad. Decía de sí mismo “que la ordinaria presencia de Dios nuestro Señor que traía, era traer su alma dentro de la Santísima Trinidad y que en compañía de aquel misterio de las tres Divinas Personas le iba muy bien a su alma” (BMC 14, 196). A una de sus dirigidas, Ana de san Alberto, manifestó: “Yo, hija, traigo siempre mi alma dentro de la Santísima Trinidad, y allí quiere mi señor Jesucristo que yo la traiga” (BMC 13, 402).

      Frutos espirituales de la vida trinitaria

 Los frutos de ser introducida en el centro del alma y ser transformada por la presencia de las Tres divinas Personas, produce olvido de sí, solo se busca la honra y la gloria de Dios, de la suya propia de ella ya se encarga el mismo Dios. El deseo de servir en todo a Dios, abandonarse a su voluntad, caridad para con todos, ante todo con los que le persiguen y procurar hacerles bien. Vivir para servir al Señor. Buscará la soledad interior, para estar en tan divina compañía que son las tres divinas Personas, o estar ocupada en servir a los demás, solo en aquello que Dios quiere, no se cae en el activismo, pues solo se tiene una voluntad, la de Dios.
Con la compañía de las tres divinas Personas, la persona queda fortalecida, pues participa de la fortaleza de Dios. Fortaleza que necesitará, pues participará de un modo más profundo en la cruz de Jesucristo, siempre determinado a servirle con toda determinación.
El matrimonio espiritual no es una gracia para gozar de Dios, sino para tener fuerzas para mejor servir. Por ello nos dice santa Teresa de Jesús, al final del libro de Las Moradas, “Para esto es la oración, hijas mías; de esto sirve este matrimonio espiritual: de que nazcan siempre obras, obras” (7M 4, 6). La más importante obra “es que de todas las maneras que pudiéremos lleguemos almas para que se salven y siempre le alaben” (7M 4, 12). No individualmente sino colectivamente, pues mientras nuestros hermanos y hermanas “fueren mejores, más agradables serán sus alabanzas al Señor y más aprovechará su oración a los prójimos” (7M 4, 15). Una oración de alabanza y petición.

    Vivir vida trinitaria alcanza bendición para la Iglesia y la humanidad


 Nos dice san Ignacio en el inicio de los ejercicios espirituales: “El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor”. Este es el fin de su existencia en la tierra. Si siempre debemos tender a alabar y reverenciar a la Santísima Trinidad para servirla, lo debemos procurar con un cuidado exquisito cuando en la Iglesia y en la humanidad hay situaciones de gran pecado. Pues consolamos a Dios Trinidad, ya que en nosotros se hace realidad el motivo fundamental por el cual fuimos creados, que la Santísima Trinidad pudiera difundir su vida divina en el ser humano.
En el tiempo histórico de Santa Isabel de la Trinidad, en su propia diócesis, se originó un conflicto gravísimo, y ella se encontraba en medio del conflicto. El obispo de la diócesis de Dijon, Mons. Le Nordez, se había mostrado benevolente con ella, había presidido la ceremonia de su toma de hábito. Pero hay una creciente aversión de sus diocesanos hacia él, algunos le acusan de masón, era republicano, falto de prudencia. Los seminaristas, entre los que se encontraba el cuñado de su hermana, André Chevignard, rehúsan recibir órdenes sagradas del obispo, que no había admitido a algunos. Muchas familias rehúsan enviar a sus hijos a la catedral para ser confirmados por Mons. Le Nordez. El Carmelo de Dijon se suma a este ambiente negativo hacia el Obispo, y eligieron para la toma de velo de sor Isabel de la Trinidad una fecha en que el Obispo estuviera ausente de la diócesis. Mons. Le Nordez fue llamado a Roma por Pío X. Esta llamada de Roma fue uno de los motivos de la ruptura de relaciones diplomáticas con la Santa Sede por parte de la República francesa[10]. Una de las consecuencias fue que todos los bienes de la Iglesia en Francia le fueron sustraídos por el Estado.
 Sor Isabel de la Trinidad era consciente de ello, pero ella guarda silencio interior, ella confía al Señor su Carmelo, la Iglesia en Francia, por la que se ofrece como víctima. A semejanza de la Virgen María[11], sor Isabel era un oasis en medio de un gran conflicto, donde la Santísima Trinidad será amada, reverenciada y acogida. Cristificada por la acción del Espíritu Santo, el Padre puede contemplar en ella los rasgos de su Hijo, siendo Jesús en ella pura receptibilidad de su amor. Isabel vivirá una relación vital con el Padre, Hijo y Espíritu Santo y con las tres Personas a la vez.
La Santa de Dijon es un ejemplo para todos nosotros, para que en nuestra humanidad y en los hijos de la Iglesia donde no falta el pecado, seamos un oasis donde se cumpla en nosotros el motivo por el cual fue creada la humanidad, reverenciando, alabando y amando a la Santísima Trinidad, y así alcanzaremos gracia y misericordia para nuestro tiempo histórico y para el futuro, como en otro tiempo Noé lo alcanzó para la humanidad antigua.

Notas


[1] M. Eugenio del Niño Jesús, Quiero ver a Dios, 468.
[2] En la espiritualidad de Teresa será de capital importancia la valoración absoluta de la Humanidad de Jesús y de su presencia en todo el proceso de la vida espiritual. Habla de ello en Vida, cap. 22 y Moradas sextas cap. 7. Cf. Tomás Álvarez, “Jesucristo en la vida y la enseñanza de Teresa” en Diccionario de Santa Teresa de Jesús, Ed. Monte Carmelo, Burgos 2001, 852-855.
[3] M. Eugenio del Niño Jesús, Quiero ver a Dios, 246-247.
[4] Citado por María H. de la Santa Daz, O.P. “20 de mayo. Santa María Magdalena de Pazzis” en L. Echevarría, Año Cristiano III, BAC, Madrid, 1959, n. 185, 469-471.
[5] Con frecuencia los teólogos admiten que el conocimiento y el amor son factores necesarios en la inhabitación. Santo Tomás es uno de los teólogos que defiende la necesidad de ir a Dios por el conocimiento y el amor. R. Moretti da razón de ello: «Ya que difícilmente se podría concebir una presencia que llevara a la comunión del hombre, ser intelectual y espiritual, con las divinas Personas, prescindiendo de aquello que constituye la específica vida de la criatura, es decir el conocimiento y el amor» (R. Moretti, «L’inabitazione trinitaria», 116).
[6] Recibe este nombre, por ser la primera palabra con el que se inicia este símbolo o profesión de fe.
[7] Símbolo de san Atanasio o el símbolo Quicumque.
[8] Summarium, 46v. citado por Rafael Mª López Melús, María Magdalena de Pazzi. Recordando un centenario, 104.
[9] Cf. Rafael Mª López Melús, María Magdalena de Pazzi. Recordando un centenario, 105.
[10] Cf. Isabel de la Trinidad, Obras Completas, Ed. de Espiritualidad, Madrid 1986, 634.
[11] A María de Nazaret, madre de Jesús el Mesías, le tocó vivir en uno de los períodos más oscuros de Judea, a causa de la brutalidad del rey Herodes el Grande. Este no solo hizo matar a recién nacidos para que nadie pudiera apartarle del poder, sino que incluso hizo ejecutar a diversos miembros de su familia, entre ellos a su mujer.