Además de la recepción del Bautismo, nos preguntamos
¿cuáles fueron los primeros pasos para que, en Doña Teresa de Ahumada, se
iniciara un dinamismo espiritual que la llevara a vivir vida trinitaria los
diez últimos años de su existencia?
Santa Teresa de
Jesús se lamentará en los primeros pasajes del libro de su Vida de “no haber yo
estado entera en los buenos deseos que comencé” (V 1, 7). El testimonio de su Vida nos da esperanza a todos los
carmelitas. Pues podemos vivir una verdadera parálisis espiritual, a semejanza de
la que vivió nuestra Santa Madre, porque por mil preocupaciones o apegos no vivimos
una verdadera vida de oración, con una comunicación fluida con Dios, y el carisma
que hemos profesado un día de forma solemne ante la Iglesia no deja de ser una
carga, lo mismo los miembros de la comunidad en la que podemos vivir.
¿Qué hizo posible
que Doña Teresa de Ahumada, monja de la Encarnación, saliera de la parálisis
espiritual que vivía, por falta de verdadera oración y desapego de todo lo que
le impedía vivir con radicalidad su vocación de carmelita? La respuesta la
tenemos en los primeros pasajes del Libro
de su Vida: “conocidamente he hallado a esta Virgen soberana en cuanto me
he encomendado a ella y, en fin, me ha tornado a sí” (V 1, 7). Palabras
semejantes dirá de san José: “tomé por abogado y señor al glorioso San José y
encomendéme mucho a él. Vi claro que así de esta necesidad como de otras
mayores de honra y pérdida de alma este padre y señor mío me sacó con más bien
que yo le sabía pedir” (V 6, 6).
La Virgen María y san
José a quienes se encomendaba le ayudaron con su intercesión y protección, y si
no estuvo entera en los deseos de ser una buena monja carmelita, lo fue más
tarde. Después de una larga purificación y de haber recibido grandes gracias
del Señor: “Pensaba qué podría hacer por Dios. Y pensé que lo primero era
seguir el llamamiento que Su majestad me había hecho a religión, guardando mi
Regla con la mayor perfección que pudiese” (V 32, 9). Es entonces cuando en
Doña Teresa se dará la reviviscencia del carisma[1],
saldrá de la parálisis espiritual que le había provocado la falta de vida de
oración y de vivencia de las exigencias de la vida religiosa que había
profesado, y de nuevo el carisma será una fuente constante de gracia, y podrá
vivir todas las virtualidades del carisma del Carmelo, y por un designio divino
lo enriquecerá.
Al vivir por amor a
Jesús y llevando a término todo lo que Él le indique, se darán las condiciones
para que sea ingresada por el Espíritu en la morada más íntima del alma donde
habita Dios Trinidad. De este modo vivirá el misterio trinitario, como divina
compañía que no le abandona en los diez últimos años de su vida. Su presencia
le dará una paz intensa que le permitirá afrontar las vicisitudes de la
Reforma, con los pies en el suelo y el corazón en el centro más profundo del
alma, donde habita Dios Trinidad, donde participará también de la vida
intratrinitaria. Ella es testigo de que vivir la vida trinitaria no quita la
fatiga de la vida cotidiana siempre abierta al servicio de Dios.
Lo que Dios dio a Doña
Teresa de Ahumada para volver a Él y ponerse para siempre a su servicio a
través de la vivencia del carisma del Carmelo que había profesado, lo tiene como herencia bautizado. Jesús nos da como formadores y protectores a los
mismos que le dio el Padre eterno, es decir a la Virgen María y a san José. Si nosotros sinceramente
acudimos a su intercesión y protección, ellos alcanzaran gracia para que por la
acción del Espíritu Santo lleguemos a la plenitud del Bautismo que es vida
trinitaria.
[1] Es
tradición de la Iglesia que siempre es posible la reviviscencia del sacramento
y por analogía de un carisma que se ha prometido vivir por medio de la
profesión religiosa: «Cuando el
sacramento, válidamente recibido, no ha conferido la gracia a causa de la
indisposición moral del sujeto, la confiere en cuanto desaparece la
indisposición moral en virtud del rito anteriormente celebrado» (D. Tettamanzi “Sacramentos” L. Rossi, A.
Valsecchi en Diccionario
enciclopédico de Teología moral, Madrid, Ed. Paulinas 31978,
966-978).