domingo, 7 de junio de 2020

La vida trinitaria en Teresa de Jesús, una esperanza para todos



Además de la recepción del Bautismo, nos preguntamos ¿cuáles fueron los primeros pasos para que, en Doña Teresa de Ahumada, se iniciara un dinamismo espiritual que la llevara a vivir vida trinitaria los diez últimos años de su existencia?
 Santa Teresa de Jesús se lamentará en los primeros pasajes del libro de su Vida de “no haber yo estado entera en los buenos deseos que comencé” (V 1, 7). El testimonio de su Vida nos da esperanza a todos los carmelitas. Pues podemos vivir una verdadera parálisis espiritual, a semejanza de la que vivió nuestra Santa Madre, porque por mil preocupaciones o apegos no vivimos una verdadera vida de oración, con una comunicación fluida con Dios, y el carisma que hemos profesado un día de forma solemne ante la Iglesia no deja de ser una carga, lo mismo los miembros de la comunidad en la que podemos vivir.
 ¿Qué hizo posible que Doña Teresa de Ahumada, monja de la Encarnación, saliera de la parálisis espiritual que vivía, por falta de verdadera oración y desapego de todo lo que le impedía vivir con radicalidad su vocación de carmelita? La respuesta la tenemos en los primeros pasajes del Libro de su Vida: “conocidamente he hallado a esta Virgen soberana en cuanto me he encomendado a ella y, en fin, me ha tornado a sí” (V 1, 7). Palabras semejantes dirá de san José: “tomé por abogado y señor al glorioso San José y encomendéme mucho a él. Vi claro que así de esta necesidad como de otras mayores de honra y pérdida de alma este padre y señor mío me sacó con más bien que yo le sabía pedir” (V 6, 6).
La Virgen María y san José a quienes se encomendaba le ayudaron con su intercesión y protección, y si no estuvo entera en los deseos de ser una buena monja carmelita, lo fue más tarde. Después de una larga purificación y de haber recibido grandes gracias del Señor: “Pensaba qué podría hacer por Dios. Y pensé que lo primero era seguir el llamamiento que Su majestad me había hecho a religión, guardando mi Regla con la mayor perfección que pudiese” (V 32, 9). Es entonces cuando en Doña Teresa se dará la reviviscencia del carisma[1], saldrá de la parálisis espiritual que le había provocado la falta de vida de oración y de vivencia de las exigencias de la vida religiosa que había profesado, y de nuevo el carisma será una fuente constante de gracia, y podrá vivir todas las virtualidades del carisma del Carmelo, y por un designio divino lo enriquecerá.
Al vivir por amor a Jesús y llevando a término todo lo que Él le indique, se darán las condiciones para que sea ingresada por el Espíritu en la morada más íntima del alma donde habita Dios Trinidad. De este modo vivirá el misterio trinitario, como divina compañía que no le abandona en los diez últimos años de su vida. Su presencia le dará una paz intensa que le permitirá afrontar las vicisitudes de la Reforma, con los pies en el suelo y el corazón en el centro más profundo del alma, donde habita Dios Trinidad, donde participará también de la vida intratrinitaria. Ella es testigo de que vivir la vida trinitaria no quita la fatiga de la vida cotidiana siempre abierta al servicio de Dios.
Lo que Dios dio a Doña Teresa de Ahumada para volver a Él y ponerse para siempre a su servicio a través de la vivencia del carisma del Carmelo que había profesado, lo tiene como herencia bautizado. Jesús nos da como formadores y protectores a los mismos que le dio el Padre eterno, es decir a la Virgen María  y a san José. Si nosotros sinceramente acudimos a su intercesión y protección, ellos alcanzaran gracia para que por la acción del Espíritu Santo lleguemos a la plenitud del Bautismo que es vida trinitaria.




[1] Es tradición de la Iglesia que siempre es posible la reviviscencia del sacramento y por analogía de un carisma que se ha prometido vivir por medio de la profesión religiosa: «Cuando el sacramento, válidamente recibido, no ha conferido la gracia a causa de la indisposición moral del sujeto, la confiere en cuanto desaparece la indisposición moral en virtud del rito anteriormente celebrado» (D. Tettamanzi “Sacramentos” L. Rossi, A. Valsecchi en Diccionario enciclopédico de Teología moral, Madrid, Ed. Paulinas 31978, 966-978).