lunes, 8 de junio de 2020

Sta. Isabel de la Trinidad: ¿continuidad espiritual de la vida trinitaria de sta. Teresa del Niño Jesús?




A la gran primavera mística que Dios donó ante todo a la Iglesia en España[1], en los siglos XV y XVI, de los que santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz son sus máximos exponentes, le sucedió un gran yermo espiritual, a causa ante todo del quietismo y el jansenismo, que asolaron la vida espiritual de tantos católicos durante más de tres siglos.
Cuando en la vida eclesial aún seguía haciendo estragos el jansenismo, Dios donará a la Iglesia a santa Teresa del Niño Jesús y de la santa Faz. Jesús en ella, por medio de su Espíritu, irá desbrozando el camino, haciendo caer los resabios, que aún quedaban del jansenismo, para que pueda ser acogido el Dios Padre misericordioso, que Jesús nos revela, y ante todo nos dejemos amar como Dios desea amarnos.
Cuando sor Teresa del Niño Jesús, en la fiesta de la Santísima Trinidad de 1895, «comprende mejor que nunca cuánto Jesús desea ser amado» (Ms A 84r). En vez de renovar la ofrenda que hizo a Jesús en el día de su primera comunión, «Te amo y me entrego a ti para siempre» (Ms A 35r), el Espíritu Santo la moverá a ofrecerse a la Trinidad Santa. A ella se ofrece como víctima de holocausto al amor misericordioso de Dios.  Bajo la inspiración del Espíritu Santo, en la Ofrenda al Amor Misericordioso, Teresa suplicará: «¡Oh Dios mío, Trinidad santa!, yo quiero amarte y hacerte amar» (Or 6). Teresa perseverará en esta súplica a Dios hasta su muerte. Dos meses antes de entrar en la eternidad dirá: «Con mucha frecuencia, siempre que puedo, repito mi ofrenda al Amor» (CA 29.7.9).
Dios ha prometido escuchar las oraciones que le dirigimos según su voluntad (Mt 7, 8. 11). Consideramos que esta petición de sor Teresa del Niño Jesús, era plenamente según su voluntad y realizada bajo la inspiración del Espíritu Santo, quien intercede «por los creyentes en plena armonía con la divina voluntad» (Rm 8, 27). Puesto que Dios es fiel a su promesa de escuchar las oraciones que le dirigen sus fieles que le honran y cumplen su voluntad (Cf. Jn 9, 31), sor Teresa de Niño Jesús estará convencida de que «Dios tendrá que satisfacer todos mis caprichos en el cielo, porque yo no he hecho nunca mi voluntad aquí en la tierra» (CA 13.7.2). Cuando ella entre en la eternidad, Dios hará realidad sus peticiones. El que fuera amado Dios Trinidad como ella lo amaba, no era para santa Teresa del Niño Jesús ningún capricho, sino algo verdaderamente anhelado.
En santa Teresa de Lisieux, podríamos afirmar que se rehacen los puentes para que se dé el despliegue de la gracia bautismal que es vida trinitaria, después de siglos de gran yermo espiritual. A través de Historia de un alma, más tarde por medio de sus Manuscritos autobiográficos, ha ayudado a centenas de miles de personas a redescubrir a Dios que se manifiesta como amor misericordioso, digno de ser amado, en quien se puede confiar plenamente por ser leal y poderoso. Actitudes óptimas para que las operaciones del Espíritu Santo en el alma despliegue en los bautizados la gracia del Bautismo, que tiene su cumbre en la participación de la vida divina que es trinitaria.
No sólo ello, sino también santa Teresa del Niño Jesús, a través de la comunión de los santos, se convierte de santificada en santificadora. Ello nos lo recuerda el eclesiólogo contemporáneo a ella, Juan González Arintero (1860-1928).  «Los santos como frutos logrados de la gracia divinizadora de Cristo, los que acreditan la función santificadora de la Iglesia. Ellos a la vez revierten sobre la Iglesia la santidad que de ella reciben; y en proporción con su misma santidad, derivan de santificados en santificadores, desbordando sobre los otros fieles, comiembros suyos, y sobre todo el organismo viviente de la Iglesia, la pujanza ya alcanzada de su espíritu»[2].
Esta convicción del P. Arintero la podemos ver reflejada en Isabel de la Trinidad. Ella ya no tuvo que hacer el largo camino de liberación del jansenismo, como tuvo que realizar Teresa del Niño Jesús, sino que desde muy joven ya le es dado vivir la inhabitación trinitaria. Se pudiera muy bien aplicar a Isabel de la Trinidad, las palabras que Teresa del Niño Jesús, dijo de sí: «¡Cuántas veces he pensado si no podría yo deber todas las gracias que he recibido a las oraciones de un alma que haya pedido por mí a Dios y a quien no conoceré más que en el cielo!... En el cielo no habrá miradas indiferentes, porque todos los elegidos reconocerán que se deben mutuamente las gracias que le ha merecido la corona» (CA 15.7.5)
Ello lo podríamos afirmar de Isabel de la Trinidad respecto a Teresa del Niño Jesús. No porque ella conociera, en la versión de la Historia de un alma que leyó muy modificada por la madre Inés, que sor Teresa del Niño Jesús había vivido vida trinitaria. Sino desde la comunión de los santos, la altura espiritual a la que llega un santo revierte sobre los demás. A donde llegará santa Teresa del Niño Jesús (1873-1897)[3] empezará a caminar Isabel de la Trinidad.
Ya antes de ingresar en el Carmelo (1900-1901), Isabel Catez buscará la intimidad con las tres divinas Personas, que se ahondará en su estancia en el Carmelo (1901-1906). El misterio de la Santísima Trinidad no sólo la fascinará, sino que la llenará con su presencia, siendo realmente invadida por los Tres. En su adhesión sin reservas, a su donación completa a la Trinidad, teniendo por modelo a la Virgen María, o mejor dicho «en el alma de la Virgen», modelo del alma pacificada y recogida en Dios, la Santísima Trinidad se convertirá verdaderamente en el «Centro» de su vida. Isabel de la Trinidad vivirá «con los Tres como en la eternidad» (P 115), cuya visión hace la felicidad de los santos. «¡Oh mis Tres, mi Todo, mi eterna Bienaventuranza, Soledad infinita, […] yo me entrego a Ti como víctima […] hasta que vaya a contemplar en tu luz el abismo de tus grandezas» (NI 15)[4]. 
Isabel de la Trinidad no sólo será testigo de la inhabitación de la Trinidad a través de sus escritos, sino que también contribuirá por querer de Dios a que sea realidad en las almas. Once días antes de su muerte,  escribirá: «Me parece que en el cielo mi misión será atraer a las almas, ayudándolas a salir de ellas mismas para unirse a Dios por un movimiento todo sencillo y amoroso, y guardarlas en el silencio interior que permita a Dios imprimirse en ellas y transformarlas en El mismo» (C 335). Al divulgarse su “Elevación a la Trinidad”, escrita por ella bajo la moción del Espíritu Santo, donde muestra una riquísima experiencia de la inhabitación trinitaria, se popularizará en la Iglesia católica la idea de que todo bautizado está llamado a vivir vida trinitaria, de modo que las tres divinas Personas la transformen en sí y participe de las misiones del Hijo y del Espíritu Santo para gloria de Dios Padre, fuente de todo don.
A la luz de todo lo expuesto, consideramos que sor Isabel de la Trinidad, la santa carmelita de Dijon, es el primer fruto cualificado de la oración incesante de santa Teresa de Lisieux, para que la Trinidad Santa fuera amada. Esta será extraordinariamente amada de Isabel de la Trinidad, en un momento particularmente difícil del peregrinar de la Iglesia en Francia, cuando tiene lugar el rompimiento unilateral del Concordato entre Francia y la Santa Sede, con las graves consecuencias que supuso. En Isabel de la Trinidad, Dios será amado como quiere ser amado, cristificada por la acción del Espíritu Santo, el Padre puede contemplar en ella los rasgos de su Hijo, siendo Jesús en ella pura receptibilidad de su amor. Isabel vivirá una relación vital con el Padre, Hijo y Espíritu Santo y con las tres Personas a la vez.
No sólo hay un renacimiento de la experiencia de la vida trinitaria de la calidad mística de santa Teresa de Jesús y de san Juan de la Cruz, en santa Teresa del Niño Jesús y en santa Isabel de la Trinidad, después del gran yermo espiritual de tres siglos, sino también se inaugura un renacimiento de la reflexión teológica sobre la Trinidad, por teólogos contemporáneos a Teresa del Niño Jesús e Isabel de la Trinidad. Entre ellos están Schmaus (1897-1993) que nacerá el mismo año en que la Santa de Lisieux entrará en la eternidad, y K. Barth (1886-1968) de la Iglesia Evangélica que nace el mismo año que Teresa será favorecida por la llamada «gracia de Navidad ». Influirá K. Barth positivamente, en una decidida atención al misterio trinitario como centro del discurso sobre Dios. Reflexión que será profundizada por K. Rahner (1904- 1984), ambos influenciarán a muchos otros teólogos, y estos en el Vaticano II, y luego progresivamente el misterio trinitario irá impregnando la vida eclesial de la Iglesia católica. Aunque estamos muy lejos aún de la vivencia de la Trinidad en la vida eclesial de la Iglesia ortodoxa, puesto que en ella la Trinidad, es el fundamento inamovible de todo pensamiento religioso, de toda piedad, de tota vida espiritual, de toda experiencia. Se busca a la Trinidad cuando se busca a Dios, cuando se busca la plenitud del ser, el sentido y el fin de la existencia[5].
El resurgir de la experiencia y la reflexión de la Trinidad Santa, se da en un tiempo histórico en el que la temeridad del hombre (Nietzsche) llega a tal grado que osa decir que puede matar al anciano Dios y él ser Dios y determinar que es el bien y el mal. Es entonces cuando Dios Trinidad a través de santa Teresa del Niño Jesús, e Isabel de la Trinidad querrá hacer evidente a todos la inmensa belleza de la fe cristiana, de la Iglesia peregrina y celestial y ante todo se mostrará a sí mismo irradiando belleza y misericordia.  De este modo Dios dará a la humanidad una respuesta a lo Dios, es decir una respuesta llena de Amor Misericordioso.  
Dios Trinidad no sólo se complace en manifestarse de esta forma tan íntima a los que le aman y realizan su voluntad (cf. Jn 14, 23), sino también porque los cristianos del presente y del futuro o serán místicos trinitarios o no lo serán. Será la vivencia de la vida trinitaria a nivel eclesial el más firme baluarte que impedirá la islamización o el ateísmo de las cristiandades de la Iglesia ortodoxa. Será la vida trinitaria vivida místicamente la que fortalecerá a los cristianos para que no sucumban: a la invitación coactiva de la conversión al islam o la muerte; no caigan en la seducción de las religiones sin Dios (New Age), que les alientan a buscar poderes espirituales al margen de Dios y que invocan sin saber al espíritu del mal, y en vez de la paz legada por Cristo quedan llenos de terror; que no busquen tener el sexo a su elección que les hace incapaces de acoger con agradecimiento la acción creadora de Dios en ellos.   
El disponerse a vivir vida trinitaria para ser tierra buena, de modo que cuando Dios le plazca se dé en nosotros  la inhabitación de la Trinidad es de capital importancia para la Iglesia, puesto que de ahí surgen los más cualificados evangelizadores, ya que participan de las misiones del Hijo y del Espíritu Santo. Es Cristo por medio del Espíritu Santo quien en ellos y por medio de ellos evangeliza de la forma más adecuada en cada momento histórico.
Tanto Teresa del Niño Jesús como Isabel de la Trinidad, no sólo nos dan testimonio de la belleza, armonía y fecundidad de vivir inmersas en la Trinidad, sino que ellas con su intercesión en la Iglesia celestial, nos ayudan para que se dé en los bautizados el pleno despliegue de la gracia bautismal, y en los sacerdotes, la plenitud del sacramento del Orden, que de suyo implica vida trinitaria, ya que de otro modo no se puede dar con gran plenitud que Jesús mismo en ellos y a través de ellos edifique su Iglesia (cf. Mt 16,18).
                                              

Articulo redactado con motivo de la canonización de Isabel de la Trinidad (16.10.2016)
Siglas: Teresa de Lisieux: Ms. Manuscritos; Or. Oraciones; CA. Cuaderno Amarillo. Isabel de la Trinidad: C. Cartas; NI. Notas Íntimas; P. Poesías.




[1] La experiencia mística y la producción de libros (más de 3000 obras ascético-mística) en la España del siglo XV y XVI, se considera como el capítulo más vivaz de la mística cristiana. (Cf. A. Huerga, “España Mística”  Historia de la Espiritualidad, II,  1969, 5-137.
[2] M. Llamera, Los Santos en la vida de la Iglesia según el P. Arintero, San Esteban, Salamanca 1992, 14.
[3] Para ser más precisos, a donde llegará el beato Francisco Palau, empezará a caminar santa Teresa del Niño Jesús. Incluso hay una continuidad cronológica, por los mismos días en que él entra en la eternidad (20.03.1872) es engendrada en el seno de su madre Teresa Martin, que nacerá (2.01.1873). Hay entre estos dos acontecimientos 9 meses y 13 días.  El Espíritu Santo llevó al P. Palau a luchar contra la justicia de Dios para alcanzar su misericordia. A Teresa del Niño Jesús, Dios la hará vivir en la inmensidad de su misericordia.
[4] Cf. J. F Houdret, “Isabel, o la invadida por los «Tres» Su devoción a la Trinidad” en J. Clapier (dir), La aventura mística de Isabel de la Trinidad, Monte Carmelo, Burgos 2007, 229- 249.
[5] Cf. V. LOSSKY, Teología mística de la Iglesia de Oriente, Facultat de Teología de Catalunya, Barcelona 2009, 89.