A la gran
primavera mística que Dios donó ante todo a la Iglesia en España[1],
en los siglos XV y XVI, de los que santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz
son sus máximos exponentes, le sucedió un gran yermo espiritual, a causa ante
todo del quietismo y el jansenismo, que asolaron la vida espiritual de tantos
católicos durante más de tres siglos.
Cuando en
la vida eclesial aún seguía haciendo estragos el jansenismo, Dios donará a la
Iglesia a santa Teresa del Niño Jesús y de la santa Faz. Jesús en ella, por
medio de su Espíritu, irá desbrozando el camino, haciendo caer los resabios,
que aún quedaban del jansenismo, para que pueda ser acogido el Dios Padre
misericordioso, que Jesús nos revela, y ante todo nos dejemos amar como Dios
desea amarnos.
Cuando sor Teresa del
Niño Jesús, en la fiesta de la Santísima Trinidad de 1895, «comprende mejor que
nunca cuánto Jesús desea ser amado» (Ms A 84r). En vez de renovar la ofrenda
que hizo a Jesús en el día de su primera comunión, «Te amo y me entrego a ti
para siempre» (Ms A 35r), el Espíritu Santo la moverá a ofrecerse a la Trinidad
Santa. A ella se ofrece como víctima de holocausto al amor misericordioso de Dios. Bajo la inspiración del Espíritu Santo, en la
Ofrenda al Amor Misericordioso,
Teresa suplicará: «¡Oh Dios mío, Trinidad santa!, yo
quiero amarte y hacerte amar» (Or 6). Teresa perseverará en esta súplica a Dios
hasta su muerte. Dos meses antes de entrar en la eternidad dirá: «Con mucha
frecuencia, siempre que puedo, repito mi ofrenda al Amor» (CA
29.7.9).
Dios ha
prometido escuchar las oraciones que le dirigimos según su voluntad (Mt 7, 8.
11). Consideramos que esta petición de sor Teresa del Niño Jesús, era
plenamente según su voluntad y realizada bajo la inspiración del Espíritu
Santo, quien intercede «por los creyentes
en plena armonía con la divina voluntad» (Rm 8, 27). Puesto que Dios es
fiel a su promesa de escuchar las oraciones que le dirigen sus fieles que le
honran y cumplen su voluntad (Cf. Jn 9, 31), sor Teresa de Niño Jesús estará
convencida de que «Dios tendrá que satisfacer todos mis
caprichos en el cielo, porque yo no he hecho nunca mi voluntad aquí en la
tierra» (CA 13.7.2). Cuando ella entre en la eternidad, Dios hará realidad sus
peticiones. El que fuera amado Dios Trinidad como ella lo amaba, no era para
santa Teresa del Niño Jesús ningún capricho, sino algo verdaderamente anhelado.
En santa
Teresa de Lisieux, podríamos afirmar que se rehacen los puentes para que se dé
el despliegue de la gracia bautismal que es vida trinitaria, después de siglos
de gran yermo espiritual. A través de Historia
de un alma, más tarde por medio de sus Manuscritos
autobiográficos, ha ayudado a centenas de miles de personas a redescubrir a
Dios que se manifiesta como amor misericordioso, digno de ser amado, en quien
se puede confiar plenamente por ser leal y poderoso. Actitudes óptimas para que
las operaciones del Espíritu Santo en el alma despliegue en los bautizados la
gracia del Bautismo, que tiene su cumbre en la participación de la vida divina
que es trinitaria.
No sólo
ello, sino también santa Teresa del Niño Jesús, a través de la comunión de los
santos, se convierte de santificada en santificadora. Ello nos lo recuerda el
eclesiólogo contemporáneo a ella, Juan González Arintero (1860-1928). «Los santos como frutos logrados de la gracia
divinizadora de Cristo, los que acreditan la función santificadora de la
Iglesia. Ellos a la vez revierten sobre la Iglesia la santidad que de ella
reciben; y en proporción con su misma santidad, derivan de santificados en santificadores,
desbordando sobre los otros fieles, comiembros suyos, y sobre todo el organismo
viviente de la Iglesia, la pujanza ya alcanzada de su espíritu»[2].
Esta
convicción del P. Arintero la podemos ver reflejada en Isabel de la Trinidad.
Ella ya no tuvo que hacer el largo camino de liberación del jansenismo, como
tuvo que realizar Teresa del Niño Jesús, sino que desde muy joven ya le es dado
vivir la inhabitación trinitaria. Se pudiera muy bien aplicar a Isabel de la
Trinidad, las palabras que Teresa del Niño Jesús, dijo de sí: «¡Cuántas veces
he pensado si no podría yo deber todas las gracias que he recibido a las
oraciones de un alma que haya pedido por mí a Dios y a quien no conoceré más
que en el cielo!... En el cielo no habrá miradas indiferentes, porque todos los
elegidos reconocerán que se deben mutuamente las gracias que le ha merecido la
corona» (CA 15.7.5)
Ello lo
podríamos afirmar de Isabel de la Trinidad respecto a Teresa del Niño Jesús. No
porque ella conociera, en la versión de la Historia
de un alma que leyó muy modificada por la madre Inés, que sor Teresa del
Niño Jesús había vivido vida trinitaria. Sino desde la comunión de los santos,
la altura espiritual a la que llega un santo revierte sobre los demás. A donde
llegará santa Teresa del Niño Jesús (1873-1897)[3]
empezará a caminar Isabel de la Trinidad.
Ya antes
de ingresar en el Carmelo (1900-1901), Isabel Catez buscará la intimidad con
las tres divinas Personas, que se ahondará en su estancia en el Carmelo
(1901-1906). El misterio de la Santísima Trinidad no sólo la fascinará, sino
que la llenará con su presencia, siendo realmente invadida por los Tres. En su
adhesión sin reservas, a su donación completa a la Trinidad, teniendo por
modelo a la Virgen María, o mejor dicho «en el alma de la Virgen», modelo del
alma pacificada y recogida en Dios, la Santísima Trinidad se convertirá
verdaderamente en el «Centro» de su vida. Isabel de la Trinidad vivirá «con los
Tres como en la eternidad» (P 115), cuya visión hace la felicidad de los
santos. «¡Oh mis Tres, mi Todo, mi eterna Bienaventuranza, Soledad infinita,
[…] yo me entrego a Ti como víctima […] hasta que vaya a contemplar en tu luz
el abismo de tus grandezas» (NI 15)[4].
Isabel de
la Trinidad no sólo será testigo de la inhabitación de la Trinidad a través de
sus escritos, sino que también contribuirá por querer de Dios a que sea
realidad en las almas. Once días antes de su muerte, escribirá: «Me parece que en el cielo mi misión
será atraer a las almas, ayudándolas a salir de ellas mismas para unirse a Dios
por un movimiento todo sencillo y amoroso, y guardarlas en el silencio interior
que permita a Dios imprimirse en ellas y transformarlas en El mismo» (C 335).
Al divulgarse su “Elevación a la Trinidad”,
escrita por ella bajo la moción del Espíritu Santo, donde muestra una riquísima
experiencia de la inhabitación trinitaria, se popularizará en la Iglesia
católica la idea de que todo bautizado está llamado a vivir vida trinitaria, de
modo que las tres divinas Personas la transformen en sí y participe de las
misiones del Hijo y del Espíritu Santo para gloria de Dios Padre, fuente de
todo don.
A la luz
de todo lo expuesto, consideramos que sor Isabel de la Trinidad, la santa carmelita
de Dijon, es el primer fruto cualificado de la oración incesante de santa
Teresa de Lisieux, para que la Trinidad Santa fuera amada. Esta será
extraordinariamente amada de Isabel de la Trinidad, en un momento
particularmente difícil del peregrinar de la Iglesia en Francia, cuando tiene
lugar el rompimiento unilateral del Concordato entre Francia y la Santa Sede,
con las graves consecuencias que supuso. En Isabel de la Trinidad, Dios será
amado como quiere ser amado, cristificada por la acción del Espíritu Santo, el
Padre puede contemplar en ella los rasgos de su Hijo, siendo Jesús en ella pura
receptibilidad de su amor. Isabel vivirá una relación vital con el Padre, Hijo
y Espíritu Santo y con las tres Personas a la vez.
No sólo
hay un renacimiento de la experiencia de la vida trinitaria de la calidad
mística de santa Teresa de Jesús y de san Juan de la Cruz, en santa Teresa del
Niño Jesús y en santa Isabel de la Trinidad, después del gran yermo espiritual
de tres siglos, sino también se inaugura un renacimiento de la reflexión
teológica sobre la Trinidad, por teólogos contemporáneos a Teresa del Niño
Jesús e Isabel de la Trinidad. Entre ellos están Schmaus (1897-1993) que nacerá
el mismo año en que la Santa de Lisieux entrará en la eternidad, y K. Barth
(1886-1968) de la Iglesia Evangélica que nace el mismo año que Teresa será
favorecida por la llamada «gracia de Navidad ». Influirá K. Barth
positivamente, en una decidida atención al misterio trinitario como centro del
discurso sobre Dios. Reflexión que será profundizada por K. Rahner (1904-
1984), ambos influenciarán a muchos otros teólogos, y estos en el Vaticano II,
y luego progresivamente el misterio trinitario irá impregnando la vida eclesial
de la Iglesia católica. Aunque estamos muy lejos aún de la vivencia de la
Trinidad en la vida eclesial de la Iglesia ortodoxa, puesto que en ella la
Trinidad, es el fundamento inamovible de todo pensamiento religioso, de toda
piedad, de tota vida espiritual, de toda experiencia. Se busca a la Trinidad
cuando se busca a Dios, cuando se busca la plenitud del ser, el sentido y el
fin de la existencia[5].
El
resurgir de la experiencia y la reflexión de la Trinidad Santa, se da en un
tiempo histórico en el que la temeridad del hombre (Nietzsche) llega a tal
grado que osa decir que puede matar al anciano Dios y él ser Dios y determinar
que es el bien y el mal. Es entonces cuando Dios Trinidad a través de santa
Teresa del Niño Jesús, e Isabel de la Trinidad querrá hacer evidente a todos la
inmensa belleza de la fe cristiana, de la Iglesia peregrina y celestial y ante
todo se mostrará a sí mismo irradiando belleza y misericordia. De este modo Dios dará a la humanidad una
respuesta a lo Dios, es decir una respuesta llena de Amor Misericordioso.
Dios
Trinidad no sólo se complace en manifestarse de esta forma tan íntima a los que
le aman y realizan su voluntad (cf. Jn 14, 23), sino también porque los
cristianos del presente y del futuro o serán místicos trinitarios o no lo
serán. Será la vivencia de la vida trinitaria a nivel eclesial el más firme
baluarte que impedirá la islamización o el ateísmo de las cristiandades de la
Iglesia ortodoxa. Será la vida trinitaria vivida místicamente la que
fortalecerá a los cristianos para que no sucumban: a la invitación coactiva de
la conversión al islam o la muerte; no caigan en la seducción de las religiones
sin Dios (New Age), que les alientan a buscar poderes espirituales al margen de
Dios y que invocan sin saber al espíritu del mal, y en vez de la paz legada por
Cristo quedan llenos de terror; que no busquen tener el sexo a su elección que
les hace incapaces de acoger con agradecimiento la acción creadora de Dios en
ellos.
El
disponerse a vivir vida trinitaria para ser tierra buena, de modo que cuando
Dios le plazca se dé en nosotros la
inhabitación de la Trinidad es de capital importancia para la Iglesia, puesto
que de ahí surgen los más cualificados evangelizadores, ya que participan de
las misiones del Hijo y del Espíritu Santo. Es Cristo por medio del Espíritu
Santo quien en ellos y por medio de ellos evangeliza de la forma más adecuada
en cada momento histórico.
Tanto
Teresa del Niño Jesús como Isabel de la Trinidad, no sólo nos dan testimonio de
la belleza, armonía y fecundidad de vivir inmersas en la Trinidad, sino que
ellas con su intercesión en la Iglesia celestial, nos ayudan para que se dé en
los bautizados el pleno despliegue de la gracia bautismal, y en los sacerdotes,
la plenitud del sacramento del Orden, que de suyo implica vida trinitaria, ya
que de otro modo no se puede dar con gran plenitud que Jesús mismo en ellos y a
través de ellos edifique su Iglesia (cf. Mt 16,18).
Articulo redactado con motivo de la
canonización de Isabel de la Trinidad (16.10.2016)
Siglas:
Teresa de Lisieux: Ms. Manuscritos; Or. Oraciones; CA. Cuaderno Amarillo.
Isabel de la Trinidad: C. Cartas; NI. Notas Íntimas; P. Poesías.
[1] La experiencia mística
y la producción de libros (más de 3000 obras ascético-mística) en la España del
siglo XV y XVI, se considera como el capítulo más vivaz de la mística
cristiana. (Cf.
A. Huerga, “España Mística” Historia de la Espiritualidad, II, 1969, 5-137.
[2] M. Llamera, Los Santos
en la vida de la Iglesia según el P. Arintero, San Esteban, Salamanca
1992, 14.
[3] Para ser
más precisos, a donde llegará el beato Francisco Palau, empezará a caminar
santa Teresa del Niño Jesús. Incluso hay una continuidad cronológica, por los
mismos días en que él entra en la eternidad (20.03.1872) es engendrada en el
seno de su madre Teresa Martin, que nacerá (2.01.1873). Hay entre estos dos
acontecimientos 9 meses y 13 días. El
Espíritu Santo llevó al P. Palau a luchar contra la justicia de Dios para
alcanzar su misericordia. A Teresa del Niño Jesús, Dios la hará vivir en la
inmensidad de su misericordia.
[4] Cf. J. F Houdret,
“Isabel, o la invadida por los «Tres» Su devoción a la Trinidad” en J. Clapier
(dir), La aventura mística de Isabel de
la Trinidad, Monte Carmelo, Burgos 2007, 229- 249.
[5] Cf. V.
LOSSKY, Teología mística de la Iglesia de
Oriente, Facultat de Teología de Catalunya, Barcelona 2009, 89.