viernes, 19 de junio de 2020

¿Cómo vivía Edith Stein la vida contemplativa?


         


No son sólo unas palabras que dirigen al Señor los contemplativos lo que hace posible que muchas personas de todo el mundo se conviertan a la fe o progresen en la santidad, sino que debe haber una vida del todo entregada al Señor, y eso lo podemos comprender a través del testimonio y los escritos  de Edith Stein.
Ella era una filósofa alemana de origen judío que conscientemente se hizo atea, pero que se sintió llamada a ingresar al  Carmel desde el día de su conversión al catolicismo, después de leer el libro de la Vida de santa Teresa de Jesús.
Progresivamente ella irá comprendiendo cada vez más que su servicio a los hombres es desde el sacrificio, desde la oración, desde la vida interior, más que con el apostolado de la palabra y de la pluma. Tres años antes de su ingreso al Carmel hablando de su maestro Husserl, dice: “La oración y el sacrificio son seguramente mucho más importantes que todo lo que podamos decirle (...). Nosotros no tenemos que juzgar, sino que confiar  en la insondable misericordia de Dios. Después de cada encuentro, en el que percibo la impotencia del influjo directo, se hace más patente en mí  la urgencia del propio holocausto" (Cta. 39, 16.2.1930). A los seis días de su profesión solemne muere su maestro Husserl, reconociendo el gran amor de Dios y el perdón de Cristo. Ella lo considerará como un fabuloso regalo de profesión. 
Cuando a la edad de 42 años pide poder ingresar en la Carmel de Colonia, expresará los motivos de su vocación con estas palabras: "No nos puede ayudar la  actividad humana, sino la Pasión de Cristo. Mi deseo es participar en ella". Para Edith la vida religiosa es un martirio incruento para ganar a sus hermanos de raza (los judíos) para Cristo.  
Una vez ha ingresado en el Carmelo se irá adentrando cada vez más en la vocación contemplativa. En diversos escritos, muchos de ellos son conferencias que ella daba a sus hermanas de comunidad, podemos acercarnos al sentido de la vida contemplativa a partir de su reflexión profunda.
Ella considera que la vida contemplativa es estar "delante del rostro del Dios vivo”, manteniéndose siempre atenta a sus indicaciones y disponible a su servicio. Para que esta vocación se vaya haciendo realidad hay que tener unas actitudes permanentes. Para ella son: caminar hacia el interior de uno mismo,  que como dirá ella: "es la más profunda y rica fuente de felicidad", cultivando la vida de oración, sin eso no es posible avanzar hasta la donación total al Señor. Además dirá: "Quien ingrese en el Carmelo tiene que  entregarse totalmente al Señor. Sólo la que valore el sagrario, desde su lugarcito en el coro, más que todas las cosas del mundo, puede vivir aquí; y aquí encontrará, sin duda alguna, una felicidad como no la puede dar ninguna gloria del mundo.  Nuestro horario nos garantiza  horas de diálogo a solas con el Señor, y sobre ellas se fundamenta nuestra vida"[1]. En estas horas de soledad, de diálogo con Dios, "se edifica a sí misma para todos los demás; aquí encuentra ella descanso, claridad y paz; aquí se solucionan todas las preguntas y dudas; aquí se conoce ella a sí misma; aquí puede ella presentar su situación y recibir los tesoros  de su gracia, de los que de buena gana podrá repartir para los demás”[2] 
Edith Stein penetró hondamente en la riqueza de la oración litúrgica de la Iglesia, le ayudaron a ello su contacto con la orden benedictina y el movimiento de la renovación litúrgica presente en el centro de Europa. Edith distinguía, pero no contraponía ni separaba las diferentes formas de oración: la oración litúrgica de la Iglesia y la oración personal.
Ella siempre defendió la unidad y la complementariedad de estas dos formas fundamentales de oración. Dirá:

"Todos necesitamos de estas horas en las que escuchamos en silencio y dejamos que la Palabra divina obre en nosotros hasta el momento en que ella nos conceda ser fructíferos en la ofrenda de la alabanza y en la ofrenda de las obras concretas. Todos nosotros necesitamos de las formas que nos han sido transmitidas y de la participación en el culto divino público, para que de esa manera nuestra vida interior sea motivada y conducida por rectos caminos y para que allí encuentre sus modos de expresión convenientes. La solemne alabanza divina tiene que tener también un lugar en este mundo, donde ha de alcanzar la más grande perfección de la que los hombres son capaces. Sólo desde aquí puede levantarse al cielo por el bien de toda la Iglesia, y transformar a sus miembros, despertar la vida interior y animarla a la coherencia exterior. La oración pública, a su vez, tiene que ser vivificada por dentro en tanto que deja espacio en las moradas interiores del alma para una profundización silenciosa y recogida. (...) Las moradas de la vida interior ofrecen un refugio contra ese peligro, ellas son los lugares donde las almas están en presencia de Dios en silencio y soledad, para convertirse en amor vivificante en el corazón de la Iglesia"[3].

Por ello: "no se trata de contraponer las formas libres de oración como expresión de la piedad «subjetiva» a la liturgia como forma «objetiva» de oración de la Iglesia: a través de cada oración auténtica se produce algo en la Iglesia, y es la misma Iglesia la que ora en cada alma, pues es el Espíritu Santo, que vive en ella, el que intercede por nosotros con gemidos inefables (cf. Rm 8,26)”[4]. 
Ser servidora del amor es otro de los rasgos de toda vida  contemplativa:

"Para las carmelitas, en sus condiciones de vida cotidiana, no existe otra posibilidad de responder al amor de Dios si no es cumpliendo sus obligaciones diarias, hasta las más pequeñas, con fidelidad; como un pequeño sacrificio, que exige de un espíritu vital la estructuración de los días y de toda la vida, hasta en sus detalles más pequeños, y esto llevado con alegría día a día y año tras año; presentando al Señor todas las renuncias que exige la convivencia constante con personas totalmente distintas, con una sonrisa de amor; no dejando escapar ninguna ocasión de servir a los demás con amor. A todo ello hay que añadir, finalmente, lo que Dios pide a cada alma como sacrificio personal. Este es el "caminito", un ramo de florecillas insignificantes que son depositadas cada día frente al Santísimo. Quizás un martirio silencioso a lo largo de toda la vida y del cual nadie tiene noticia, y a la vez es una fuente de paz profunda y de una alegría que nace del corazón; y una fuente de gracia que brota en medio del mundo, sin que nosotros sepamos a dónde se dirige y sin que los hombres que la reciben sepan de dónde viene”[5].
    
     Estas palabras de Edith Stein nos recuerdan otras de santa Teresa del Niño Jesús:

“¡Oh, Amado mío, así es como se consumirá mi vida!... No tengo otro modo de probarte mi amor que arrojando flores, es decir, no desperdiciando  ningún pequeño  sacrificio, ninguna mirada, ninguna palabra, aprovechando las más pequeñas cosas y haciéndolas por amor.... Quiero sufrir por amor, y hasta gozar por amor, de esta manera arrojaré flores delante de tu trono. No hallaré flor en mi camino que no deshoje para ti... Además, al arrojar mis flores, cantaré (¿se podría llorar al ejecutar una acción tan gozosa?), cantaré aun cuando tenga que coger mis flores de en medio de las espinas. Y tanto más melodioso será mi canto, cuanto más largas y punzantes sean las espinas. De qué te servirán, Jesús mis flores y mis cantos?... ¡Ah!, Estoy segura de que esa lluvia perfumada, esos pétalos frágiles y sin ningún valor, esos cantos de amor del más pequeño de los corazones te embelesarán. Sí, esas nadas te complacerán, harán sonreír a la Iglesia triunfante, la cual recogerá mis flores deshojadas por amor y las  hará pasar  por tus manos divinas que recogerá mis flores deshojadas por amor, las hará pasar por tus manos divinas, ¡oh Jesús! Y una vez esas flores hayan cobrado a tu divino contacto un valor infinito, la Iglesia del cielo, queriendo jugar con su niñito, las arrojará, también ella, sobre la Iglesia paciente para apagar sus llamas, las arrojará sobre la Iglesia militante para hacer conseguir la victoria...” (Ms B 4v).
    
     Edith Stein que había vivido de cerca los estragos de la I Guerra Mundial, ya que como voluntaria de la Cruz Roja estuvo unos meses atendiendo a soldados heridos en un hospital de enfermedades infecciosas. Ante las amenazas de una nueva guerra mundial, el domingo de Pascua de 1939  hizo ofrenda de su vida a Dios para evitar una nueva guerra mundial. Pero la guerra mundial estalla aquel mismo año. Ella  procurará vivir este acontecimiento con una donación más profunda de si misma e intentará ayudar a sus hermanas para que también lo hagan. En un escrito para conmemorar la fiesta de la Epifanía dirá:        

"Cuanto más profundamente esté el alma unida a Dios, y cuanto más desinteresadamente se haya entregado a su gracia, tanto más fuerte será su influencia en la configuración de la Iglesia. Y viceversa, cuanto más profundamente esté  sumergida una época en la noche del pecado y en la lejanía de Dios, tanto más necesita de almas que estén íntimamente unidas a Él.  (...). Hoy vivimos en una época que necesita urgentemente de una renovación desde las fuentes escondidas de las almas unidas a Dios.  Hay mucha gente que tiene puestas sus últimas esperanzas en esas fuentes de la salvación. Esta es una amonestación muy seria: de cada una de nosotras se exige una entrega total al Señor que nos ha llamado, para que pueda ser renovada la faz de la tierra. En total confianza debemos abandonar la nuestra alma a las inspiraciones del Espíritu Santo. No es necesario que experimentamos «la epifanía» de  nuestra vida, sino que hemos de vivir en la certeza de fe que, lo que el  Espíritu de Dios obra escondidamente en nosotros, produce sus frutos en el reino celestial. Nosotros los veremos en la eternidad"[6].

 Ya que la donación incruenta de todo su ser a la voluntad divina ya se havia producido, por ello Edith conservará la paz y  la serenidad cuando los agentes de la Gestapo la irán a buscar al convento por llevarla al campo de concentración. Ella dirá a su hermana Rosa: “Ven, vamos por nuestro pueblo”. Edith con Cristo su Maestro y su Esposo caminará con dignidad hacia la culminación de su holocausto. Su caminar hacia la muerte  lo hará con la sencillez de la hija de Dios, repartiendo el consuelo que recibe de Dios entre aquellos que con ella caminan hacia el  holocausto, sobre todo cuidando de los niños abandonados por sus madres aterradas por la proximidad de la muerte. 
 Edith morirá en las cámaras de gas, probablemente el 9 de agosto de 1942. La muerte le será la puerta de entrada a la Iglesia celestial, desde donde intercede por todos los que buscan la verdad, por el pueblo judío, por la paz del mundo, por la santificación de los contemplativos..., así como por toda Europa de la que es co-patrona desde 1999.






[1] Citado por Evaristo Renedo, “Edith Stein o Teresa Benedicta de la Cruz, O.C.D. Su pensamiento sobre la vocación del Carmelo”, Revista Monte Carmelo, Burgos,107 (1999) 351.
[2] Ibid., 351.
[3] Edith Stein, o.c., 84-85.
[4] Ibid., 82.
[5] Cit. E. Renedo, o.c., 351-352.
[6] Edith Stein, o.c., 131, 135.